Introducción
El 19 de agosto del año 14 d.C. se producía la muerte del emperador Augusto en su villa de Nola, en el sur de Italia. Aquel día acabó la vida no solo del primer emperador romano, sino del emperador que más tiempo estuvo en el cargo: cuarenta y un años. Para los romanos, la perspectiva de un mundo sin el hombre que había acabado con las guerras civiles no era muy esperanzadora, pero Augusto supo construir un régimen político sólido que permitió que su hijastro y heredero, Tiberio, se convirtiera en la nueva persona más poderosa del mundo sin apenas oposición. Por eso, en este artículo vamos a ver cómo fueron los últimos días de vida y la muerte de Augusto como paso previo para el inicio de la era del emperador Tiberio.
Los últimos años del emperador Augusto
En el año 12 d.C. el emperador Augusto cumplió 75 años. A causa de su avanzada edad, tomó muchas medidas para aligerar su carga de trabajo: disminuyó sus actividades públicas y sociales, amplió la influencia de Tiberio y sus hijos y gestionó más asuntos desde la comodidad de su casa.
En este sentido, una de las reformas más importantes afectó en el 13 d.C. al Consilium Princeps, la comisión permanente que había creado para agilizar los asuntos del Senado. Ahora, en vez de estar formada por senadores elegidos por sorteo que servían durante seis meses, sus veinte miembros se volvieron vitalicios y fueron todos escogidos por el princeps. También se le dio más autoridad, de modo que ahora sus decisiones contaban casi como si fueran decretos de todo el Senado.
Avanzado el verano del 14 d.C., Tiberio marchó al Ilírico para realizar una breve gira y comprobar que la provincia era estable y segura. Augusto y Livia Drusila lo acompañaron al principio de su viaje, en parte también porque el princeps quería asistir a los juegos en su honor que iban a tener lugar en Nápoles. Lo que quizás no sabía Augusto es que aquel iba a ser el último viaje que haría en su larga vida.
Antecedentes a la muerte de Augusto
Tras un tramo de camino por tierra siguiendo la Vía Apia, la familia imperial tomó un barco en el puesto de Astura. Poco después, el proceso final que llevaría a la muerte de Augusto se puso en marcha: el emperador enfermó (de diarreas, según el historiador Dion Casio), por lo que cambiaron el rumbo y navegaron hasta la isla de Capri, donde tenía una villa.
Allí el emperador pasó cuatro días relajándose y disfrutando de numerosas fiestas y juegos entre amigos. Luego, a pesar de no estar del todo recuperado, cruzó hasta Nápoles y asistió a los juegos en su honor. Después de su finalización viajó con Tiberio hasta la ciudad de Benevento, donde separaron sus caminos.
El plan a continuación era regresar a Roma, pero la enfermedad reapareció con más virulencia que nunca y Augusto tuvo que refugiarse en su villa de campo en Nola. Curiosamente, esa no era una propiedad cualquiera, pues era la casa donde había muerto su padre, Cayo Octavio. Convencido de que aquello no era una coincidencia y su final estaba cerca, ordenó que se enviara un mensaje a Tiberio para que regresara lo antes posible.
La muerte de César Augusto, el primer emperador romano
Sobre todo a partir de este momento, el relato de la muerte de Augusto cambia un poco dependiendo de la fuente que consultemos. Dion Casio dijo que Augusto murió antes de que llegase Tiberio y que Livia lo ocultó hasta que su hijo estuvo a su lado.
Sin embargo, Suetonio discrepó y afirmó que el moribundo Augusto tuvo una larga charla con él en privado. Como anécdota, probablemente inventada, este historiador menciona que, una vez que Tiberio ya había salido de la habitación, Augusto murmuró «Oh, infortunado pueblo romano, ser masticado por unas mandíbulas tan lentas».
Desconocemos cuándo entró en fase terminal, pero sabemos que tuvo tiempo para despedirse de todo el mundo. El 19 de agosto del 14 d.C. solicitó un espejo, pidió que lo peinaran y que le ayudaran con un problema de la mandíbula.
Así compuesto, ordenó que pasaran a verle algunos de sus amigos para preguntarles si creían que había representado bien su papel en la comedia de la vida. Antes de que se fueran, Suetonio hace referencia a otra supuesta cita célebre que habría dicho «Dado que bien he representado mi papel, aplaudid todos». En último lugar, Augusto besó a su esposa y le dijo «Livia, recuerda nuestra vida de casados y adiós». Murió en la novena hora, es decir, por la tarde temprano.
Causas de la muerte de Augusto
El emperador César Augusto, hijo del divino Julio, padre de la Patria, había muerto. Pero… ¿cuál fue la causa? Algunos historiadores, entre ellos Dion Casio o Tácito, sostuvieron la teoría de que fue envenenado por su propia esposa, que quería asegurarse de que su hijo Tiberio le sucediera antes de que el princeps encontrara otro posible sucesor político.
Sin embargo, dichas historias sobre la muerte de Augusto no tienen mucho sentido. Por un lado, el princeps era un anciano de 76 años en un mundo que no poseía los conocimientos de medicina que tenemos hoy, así que no cuesta imaginar que una persona de esa edad muriera por cualquier causa natural; de hecho, lo más probable es que, debilitado por su reciente enfermedad, su corazón simplemente fallara.
Por otro lado, hay que recordar que Augusto nunca había sido una persona que destacara por su buen estado de salud. En su juventud, mucho antes de gobernar el Imperio Romano en solitario, había sufrido varias enfermedades graves que lo mantuvieron casi al borde de la muerte, así que no es nada sorprendente que al final uno de sus achaques lo matara.
Tras la muerte de Augusto
Los rituales funerarios comenzaron justo después de la muerte de Augusto. Le quitaron el anillo de sello del dedo, los esclavos lavaron y perfumaron su cuerpo y se le colocó una moneda encima de los labios para pagar al barquero que llevaría su espíritu por la Laguna Estigia hasta el inframundo.
El cadáver fue transportado a Roma sobre los hombros de los líderes locales de cada zona por la que pasaban. Al haber muerto en agosto, el calor era muy intenso, así que el viaje era siempre de noche. Durante el día, sus restos mortales reposaban expuestos en el templo principal de cada población en la que se detenían. Al llegar a Roma, un grupo de personas del orden ecuestre lo llevó hasta su casa en el Monte Palatino.
El día de su funeral no hubo ningún tipo de actividad económica pública o privada. Todos los negocios cerraron y miles de personas, quizás cientos de miles, acudieron a los actos funerarios. Curiosamente, no sabemos a ciencia cierta los detalles de la ceremonia, pero habría seguido el modelo de los funerales aristocráticos.
Desde su casa en el Palatino, los magistrados designados para el año siguiente llevaron los restos de Augusto al Foro romano en un ataúd coronado por un sofá de oro y marfil en el que iba reclinada una figura suya de cera que lo representaba como general triunfante.
Más allá de la familia imperial de luto y los políticos, la procesión funeraria incluía a lictores vestidos de negro, trompetistas tocando música fúnebre, un coro de la nobleza entonando un canto fúnebre, actores que llevaban las máscaras funerarias de los antepasados de Augusto, personas que llevaban imágenes o insignias de hombres ilustres del pasado de Roma no vinculados con el fallecido…
Desde las dos tribunas de los Rostra, Tiberio y Druso el Joven pronunciaron sendos elogios fúnebres, alabando sus servicios al Estado y ensalzando los logros de una persona sin igual. Tal y como el propio Augusto había dicho en su lecho de muerte, había encontrado una Roma de adobe y se iba dejando una Roma de mármol.
La incineración y entierro de Augusto
Tras el final de los discursos, la procesión por la muerte de Augusto continuó su camino hasta un lugar de cremación cercano al imponente mausoleo de Augusto en el Campo de Marte. Una vez el féretro fue colocado en la pira funeraria, los principales sacerdotes de Roma dieron una vuelta a su alrededor, seguidos por algunos equites. Luego, los guardias pretorianos hicieron lo mismo y algunos tiraron sus condecoraciones militares en reconocimiento por su valor.
Acto seguido, los centuriones pretorianos trajeron antorchas encendidas y prendieron fuego a la pira. En ese instante se soltó un águila desde el interior de la estructura que voló por el aire simbolizando el ascenso del espíritu de Augusto al cielo para reunirse con los dioses.
Antes de que el fuego se consumiera se tiró perfume, copas de aceite, ropas, platos de comida y hasta sangre de gladiadores. Finalmente, cuando el fuego se consumió, se tiró vino sobre las brasas y un sacerdote purificó a los asistentes por su presencia con la muerte.
Durante los siguientes cinco días, Livia Drusila permaneció en el sitio. Después, hombres descalzos y con túnicas sin cinturón ayudaron a la emperatriz viuda a recoger los huesos de Augusto para depositarlos en el mausoleo imperial. De esa manera la anciana mujer pudo despedirse totalmente del hombre que había sido su marido durante cincuenta y dos años.
Bibliografía
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