Introducción
Se conoce con el nombre de Guerras Púnicas a la larga serie de conflictos que enfrentaron a Roma y Cartago durante más de un siglo, concretamente entre el 264 y el 146 a.C. El origen del nombre de las Guerras Púnicas reside en la forma que tenían los romanos de llamar a los cartagineses, apelando al etnónimo punici. La gran duración de las Guerras Púnicas a lo largo de 118 años no fue continuada e ininterrumpida en el tiempo, sino que se dividió en tres fases distintas: la Primera Guerra Púnica (264 – 241 a.C.), la Segunda Guerra Púnica (218 – 201 a.C.) y la Tercera Guerra Púnica (149 – 146 a.C.). En este artículo veremos la llegada de la familia de los Bárquidas a la península Ibérica en el periodo de entreguerras.
La llegada de los Bárquidas a la península Ibérica
En la plenitud de la Guerra de los mercenarios, los mercenarios púnicos de Cerdeña se amotinaron, asesinaron a sus oficiales y se hicieron con el control de la isla para solidarizarse con sus colegas de Cartago. En el 237 a.C., estos soldados amotinados fueron finalmente expulsados de la isla y huyeron a Italia para pedir ayuda al Senado romano. Cuando los cartagineses se enteraron de la expedición enviada por Roma para ocupar la isla y se quejaron, ésta les amenazó con reiniciar la guerra. De esta manera, Cartago no tenía otra opción que rendirse a Roma por segunda vez y aceptar la ocupación de Cerdeña.
Teniendo en cuenta que no podían ir contra los intereses de Roma y no podían arriesgarse a provocar otra revuelta libia, los cartagineses solo vieron posible una solución para dar un nuevo impulso a la economía comercial púnica: la conquista de la península Ibérica. Amílcar Barca y sus seguidores se habían dado cuenta del enorme potencial de este territorio, repleto de materias primas muy deseadas (plomo, hierro, plata y estaño) y de una acreditada reserva de reclutamiento para los siempre necesarios mercenarios.
En el 237 a.C., el patriarca de los Bárquidas fue enviado a desembarcar en Cádiz a la cabeza de un ejército para conquistar aquel territorio de abundancia, y lo hace acompañado de un séquito en el que están también sus hijos, Asdrúbal, Aníbal y Magón. Durante los nueve años siguientes, Amílcar mantendría una lucha casi continua, asegurando el control púnico de la franja costera de la mitad meridional peninsular.
Los Bárquidas y la conquista de la península Ibérica
Cádiz sirvió de punto de partida de las próximas campañas militares púnicas y, debido a su magnífica posición estratégica, se consolidó como la primera base de la expansión de Cartago en la península Ibérica. Luego de hacer una serie de correrías y cerrar tratados amistosos con numerosos asentamientos del valle del Guadalquivir (la llamada Turdetania) y la costa andaluza, Amílcar decidió cambiar su residencia fundando una nueva ciudad. Aunque aun se desconoce su ubicación exacta, lo más probable es que se halle por el distrito minero de Sierra Morena.
Mientras tanto, en Roma los avances de Amílcar no pasaban desapercibidos. Por este motivo, en el 231 a.C. el Senado envió una embajada a la península para exigir explicaciones a los cartagineses, siendo esta la primera vez que los romanos intervenían en suelo hispano. Y aunque las fuentes no lo señalen, es de suponer que a partir de este momento el asunto hispano fuera un tema de debate permanente en las sesiones del Senado.
Poco después de extender sus dominios hacia el sureste peninsular para procurarse otra salida al mar aparte de la gaditana, en el 229 a.C., Amílcar fue asesinado en una emboscada por las tropas de Orisón, rey de la tribu celtíbera de los oretanos. Le sucedió en el mando su yerno y su lugarteniente, Asdrúbal el Bello, cuyo primer objetivo fue culminar el paso por Sierra Morena para llegar al Mediterráneo.
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La expansión de los Bárquidas en Hispania
Uno de los acontecimientos fundamentales de los años de mando de Asdrúbal el Bello en Hispania fue la fundación de Cartagena (227 a.C.), el nuevo epicentro del poder cartaginés en la península Ibérica. En púnico, la urbe fue bautizada con el nombre de Qart Hadashat («Ciudad nueva»), traducido en las fuentes latinas como Carthago Nova. El lugar no solo fue escogido por su potencial comercial, sino también por la riqueza de sus recursos, sobre todo por las minas de planta, los campos de esparto y las pesquerías. Gracias a ello, la Cartagena púnica pronto se convertirá en un importante enclave económico, político, militar y cultual.
Ante la evidencia de las suculentas ganancias que Cartago estaba generando en aquel territorio, ignorado hasta el momento, los romanos empiezan a ver el potencial de extenderse por Occidente más allá de las relaciones comerciales existentes desde mediados del siglo III a.C. Asimismo, tanto los romanos como los griegos asentados en Massalia (la actual Marsella) temían que la expansión púnica en la península acabara con la próspera y libre relación comercial que hasta el momento habían tenido con la mayor parte de puertos importantes del Mediterráneo.
Al final, fue la insistencia de la propia Massalia quien propició que los romanos enviaran una nueva embajada a territorio hispano en el 226 a.C. El resultado de las negociaciones entre ambas partes se concretó en el llamado Tratado del Ebro, del que, a pesar de que no se ha conservado el documento original, se conoce que la cláusula principal era prohibir que los cartagineses fueran más allá de este río con fines bélicos.
La brillante combinación de expansión militar y política diplomática seguida por Asdrúbal el Bello tuvo un prematuro fin en el 221 a.C. cuando fue asesinado por un esclavo celta. Entonces, los oficiales del ejército ofrecieron el mando al hijo primogénito de Amílcar, Aníbal Barca, de veintiséis años. Bajo su mandato, la presencia de los Bárquidas en la península Ibérica experimentaría un nuevo rumbo que desembocaría, solo tres años después, en el estallido de la Segunda Guerra Púnica.
Bibliografía
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