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HISTORIAE

Calígula y el Senado

Busto del emperador Calígula

Introducción

La opinión que tenemos de ciertos emperadores romanos todavía en la actualidad está condicionada por una serie de bulos que triunfalmente se instalaron a su alrededor. Calígula es uno de los mayores ejemplos que se puedan nombrar. Sus acciones de gobierno no fueron tan malas como nos las han querido vender, pero su nefasto lazo con la aristocracia provocó que diversos autores manipularan su biografía para transmitir un relato interesado a una audiencia ignorante. Por eso, en este artículo vamos a profundizar en la relación entre Calígula y el Senado para desvelar los motivos de este odio mutuo y esa tergiversación de la historia.

Busto de Calígula en la Gliptoteca Ny Carlsberg de Copenhague
Busto de Calígula en la Gliptoteca Ny Carlsberg de Copenhague (Fuente: Wikimedia Commons)

La paradoja del principado

Para entender la conexión entre Calígula y el Senado hay que viajar al pasado. César Augusto fundó el principado sobre una mentira evidente que todos decidieron creer como si fuera una verdad: la República había sido restablecida después de vencer a Marco Antonio en la cuarta guerra civil romana (32 – 30 a.C.).

A partir de ahí, se creó una paradoja. Al mismo tiempo, Roma era una monarquía autocrática gobernada por una sola persona y una república liderada por un grupo de aristócratas.

Por un lado, el emperador controlaba discretamente todos los resortes del poder mientras que fingía administrar los asuntos del Estado en colaboración con las instituciones tradicionales. Por otro lado, los senadores, carentes de autoridad, fingían que la seguían teniendo para conservar intactos sus privilegios sociales y económicos. Ambas facciones sabían en el fondo la realidad, pero preferían ocultarla debido a su dependencia mutua y su deseo de mantenerse pacíficamente en lo más alto de la sociedad romana.

Esta situación generó una doble y paradójica comunicación política basada en la hipocresía. Por una parte, el Senado, garante de la legalidad republicana, hacía que el poder absoluto del emperador creciera con honores y reconocimientos excepcionales. Por otra parte, Augusto los aceptaba y vivía humildemente con esa auctoritas insuperable, mostrándose de cara a la galería solo como el princeps, el ciudadano más importante de un grupo de iguales.

La muerte de Julio César, obra de Vincenzo Camuccini hecha en 1798-min
La muerte de Julio César, obra de Vincenzo Camuccini (1798). Augusto creó el régimen del principado precisamente para disimular su poder y no acabar como su padre adoptivo (Fuente: Wikimedia Commons)

La relación inicial entre Calígula y el Senado

El principado funcionó bien durante los cuarenta años de gobierno de César Augusto, pero a partir de su muerte el sistema empezó a hacer aguas. Tiberio no era el genio de la política que había sido su padrastro. Mantuvo el paripé por lealtad a Augusto, pero el diálogo con los aristócratas se deterioró mucho y desembocó en el retiro del emperador a la isla de Capri y la caza de brujas de los procesos de maiestas.

Así llegamos al año 37. Solo por ser quien era, el Senado volcó el poder absoluto en un joven de 24 años sin prácticamente experiencia de ningún tipo. Asesorado por el senador Marco Junio Silano y el prefecto del pretorio Nevio Sutorio Macrón, Calígula se comportó en sus primeros meses de gobierno tal y como se esperaba de él. De esa manera parecía que cumplía las expectativas de quienes veían en el hijo de Germánico un digno sucesor de Augusto.

Sin embargo, la situación de los senadores dio un vuelco inesperado cuando el emperador comenzó a tomar medidas que públicamente tenían que aplaudir pero que en privado odiaban.

Por ejemplo, Calígula acabó con la censura y permitió la libre circulación de obras de historia con discursos republicanos. Esos escritos no solo hablaban mal de la familia imperial, sino que mostraban de forma franca el oportunismo sin escrúpulos y el servilismo de los senadores en el pasado.

Busto de Calígula expuesto en un parque público de Varsovia
Busto de Calígula expuesto en un parque público de Varsovia (Fuente: Wikimedia Commons)

Asimismo, Calígula intentó devolver al pueblo —al menos por dos años— su derecho a votar por magistrados en elecciones. Esta orden, aparentemente democratizadora, no gustó nada a unos senadores que no querían regresar a una etapa en la que se gastaban exageradas cantidades de dinero en campañas electorales, ya sea por medios legales o corruptos.

En su conjunto, esta clase de disposiciones no podían ser criticadas abiertamente porque cumplían justamente con lo que siempre demandaban los senadores: volver a la antigua República y tener una supuesta liberalidad, reparto de poderes y transparencia.

De ese modo, la distancia entre el discurso que debían que dar en público y la opinión que realmente tenían en privado era cada vez mayor. En consecuencia, la relación entre Calígula y el Senado empezó a tensarse porque los senadores no estaban dispuestos a ver cómo la popularidad del princeps crecía a costa del dinero sacado de sus bolsillos.

La ruptura entre Calígula y el Senado

La grave enfermedad que sufrió Calígula en el año 37 cuando llevaba unos meses en el gobierno cambió las cosas. Quizás en ese momento el joven fue más consciente que nunca de la hipocresía de unos aristócratas que le aplaudían en público pero se peleaban por la supremacía desde la primera muestra de debilidad.

Por esta razón, progresivamente a lo largo del resto del año 37 y todo el año 38, Cayo va a tener momentos esporádicos de ruptura del sistema. Eso implicaba, entre otros asuntos, el abandono de esa doble comunicación política entre el princeps y el Senado. En otras palabras, si a él le habían dado el poder para gobernar el imperio más potente de la Tierra, entonces se comportaría como un auténtico emperador, sin cortapisas.

Calígula disfrutando de la adoración del pueblo, obra de Émile Lévy hecha en 1877
Calígula disfrutando de la adoración del pueblo, obra de Émile Lévy hecha en 1877 (Fuente: Wikimedia Commons)

A través de un ejemplo paradigmático se puede comprender mejor esta nueva situación. Un ciudadano romano llamado Afranio Potito había jurado sacrificar su vida si el emperador superaba su enfermedad. Del mismo modo, un equite llamado Atanio Segundo había prometido hacerse gladiador si eso pasaba. Ninguno de los dos pretendían cumplir lo jurado, solo afirmaban eso por peloteo.

En tiempos de Augusto, ese tipo de prácticas eran bienvenidas y hasta recompensadas, y no se esperaba que se cumplieran de verdad. Sin embargo, el acto rupturista de Calígula fue tomarse estas promesas al pie de la letra y exigir a estos hombres que cumplieran su juramento.

El princeps sabía que esas adulaciones eran hipócritas, así que puso frente al espejo a estas personas, que por supuesto no podían permitirse reconocer la verdad. En consecuencia, Afranio Potito fue precipitado desde lo alto de la roca Tarpeya. Dion Casio dice que Atanio Segundo también murió, aunque Suetonio discrepa e indica que fue perdonado por el emperador:

A un individuo que había prometido combatir como gladiador si él sanaba le exigió el cumplimiento de su voto, contempló cómo se batía con la espada, y no le dejó en libertad sino cuando hubo ganado y después de muchas súplicas.

El choque entre Calígula y el Senado

Desde que el joven y cínico Cayo se salió del molde preestablecido, el odio que generó entre la aristocracia propició que nacieran las conspiraciones que buscaban eliminarlo. Así, antes de aquel 24 de enero del año 41, fueron varias las conjuras fallidas que buscaron su asesinato.

Busto de Calígula conservado en el Museo del Louvre, en París (Fuente: Wikimedia Commons)

El punto de inflexión en el trato entre Calígula y el Senado tuvo lugar en el año 39. Calígula descubrió una conspiración que implicaba a diversos miembros de la aristocracia senatorial, por lo que fueron condenados en un proceso judicial.

No obstante, la reacción más relevante fue un discurso totalmente explosivo que pronunció el emperador en el Senado en un día desconocido de ese año 39. Sin sutilezas ni eufemismos, hizo un ajuste general de cuentas con el comportamiento del orden senatorial en las últimas décadas.

Si creemos a Dion Casio, Calígula les acusó abiertamente y en su cara de ser unos hipócritas, unos aduladores y unos oportunistas. Sacó a relucir la verdad y argumentó que se habían buscado la ruina ellos mismos por complacer primero a Tiberio y Sejano para luego, después de muertos, criticarlos sin paliativos.

Con esto, el princeps le había quitado la máscara a la aristocracia y había revelado lo que había detrás: su odio hacia el emperador y la no aceptación del poder imperial. De esta manera lo expresa Dion Casio, en una conversación imaginaria entre Calígula y Tiberio:

Después de haber dicho esto, actuó como si le diera la palabra a Tiberio para que les dijera lo siguiente: «Bien y certeramente has hablado. Por ello no debes tratar como amigos a ninguno de ellos ni debes tenerles compasión. Todos te odian y hacen votos por tu muerte. Y te matarían si pudieran. […] Ningún hombre se deja gobernar por propia voluntad sino que corteja al poderoso en tanto que siente miedo»

A continuación, Calígula supuestamente pronunció un verso del poeta Ennio con el que ha pasado a la posteridad: «¡Que me odien, con tal de que me teman!». Entonces anunció la reanudación de los procesos por maiestas y abandonó el Senado.

Fotograma de la película Calígula (1979) en la que se representa a Calígula en primer término y a Nevio Sutorio Macrón en el fondo izquierda. Esta película ha perpetuado su leyenda negra, creada a raíz de la relación entre Calígula y el Senado
Fotograma de la película Calígula (1979) en la que se representa a Calígula en primer término y a Nevio Sutorio Macrón en el fondo izquierda (Fuente: IMDb)

Los senadores debieron quedarse absolutamente estupefactos, sin saber qué hacer. Ellos eran muy conscientes de su actitud y su historial, pero lo inaudito, lo que no podían encajar, era que el emperador lo hubiera verbalizado.

Aquello era una humillación sin precedentes porque ponía las cartas sobre la mesa. Existía un emperador que estaba por encima del resto de la sociedad y que no necesitaba el apoyo de la aristocracia para anclarse en su trono. Por tanto, los senadores no eran más que unos serviles súbditos. El pacto que había sustentado el régimen del principado había estallado en pedazos.

Calígula y el Senado: enemigos íntimos

Lejos de asumir su culpabilidad, el Senado finalmente optó por seguir el peor camino posible. Hicieron como si la reprimenda no les afectara, redoblaron la apuesta y fueron todavía más aduladores y falsos. Con ello lo único que hicieron fue arrastrarse aún más por el suelo. De este modo lo transmite Dion Casio:

Al día siguiente volvieron a reunirse y le hicieron muchos elogios, como si se tratara del más sincero y pío de los gobernantes. Y daban gracias porque ellos no hubiesen muerto. Esta fue la razón por la que decretaron que todos los años se sacrificaran unos bueyes en honor a la clemencia de Cayo

En el marco de la nueva tesitura entre Calígula y el Senado, cualquier ocasión era apropiada para humillar a la aristocracia y ridiculizarla por querer seguir el juego a pesar de haber destapado sus trampas. Esto era porque Cayo había comprendido que solo sería un emperador de verdad si su ejercicio del mando no dependía de la aprobación de los senadores. Era como si el emperador cortara la relación, les abofeteara en la cara y ellos, en vez de quejarse o defenderse, pidieran con una sonrisa que les golpeara más fuerte.

Busto de Calígula hecho por Bartholomeus Eggers en el siglo XVII. Está en el jardín del Museo Nacional de Ámsterdam
Busto de Calígula hecho por Bartholomeus Eggers en el siglo XVII. Está en el jardín del Museo Nacional de Ámsterdam (Fuente: Wikimedia Commons)

En este sentido, Calígula hizo muchas cosas que eran inadmisibles desde la perspectiva del Senado: vivía con gran entusiasmo los espectáculos de masas (ya fueran carreras de carros, combates de gladiadores, representaciones teatrales…), consagró a su hermana Drusila, en su séquito de amigos había aurigas, actores y libertos, practicaba una calculada ostentación pública de su riqueza, hacía bromas pesadas y chistes a costa de ellos (como lo sucedido con el famoso caballo Incitatus) que eran la comidilla entre el pueblo llano…

En otros casos, era la aristocracia la que se destruía a sí misma. Dion Casio, por ejemplo, cuenta la historia de un senador llamado Ticio Rufo que fue procesado por denigrar al Senado como institución al afirmar que la Cámara pensaba de una manera y actuaba de otra bien distinta. El emperador era el único que podía decir la verdad porque era intocable, así que Ticio Rufo fue condenado a muerte y acabó suicidándose.

Ahora bien, cabe aclarar que el orden senatorial era el único colectivo social que no estaba satisfecho con el gobierno de Calígula. El resto de la sociedad romana libre —la plebe, los ecuestres, los libertos…— estaban contentos con él porque había impulsado medidas para vivir mejor o tener una mayor esfera de influencia.

La manipulación de la historia oficial

El vínculo entre Calígula y el Senado no podía ser peor, pero nunca fue más allá de lo dicho anteriormente. No se tradujo en persecuciones políticas arbitrarias ni en salvajes asesinatos impunes, como sí hicieron sus predecesores.

Busto de Calígula hecho por Angelo Minghetti a mediados del siglo XIX
Busto de Calígula hecho por Angelo Minghetti a mediados del siglo XIX. Está expuesto en el Museo Victoria y Alberto de Londres (Fuente: Wikimedia Commons)

Tampoco hubo un funcionamiento anormal en las instituciones. El Senado deliberaba, los magistrados administraban, los comicios se reunían, los gobernadores provinciales gobernaban y se sucedían sin problemas y la ciudad celebraba sus fiestas como de costumbre.

En contraposición, lo que sí podemos decir es que Caligula era un autócrata inmaduro que disfrutaba humillando conscientemente a una aristocracia que, a pesar de ello, lo único que hacía era alabarle y aplaudirle.

No obstante, la venganza de la aristocracia no solo se materializó en el asesinato del emperador, sino en la tergiversación de su biografía para crear una leyenda negra que ha sobrevivido hasta el siglo XXI.

Los hombres que escribieron sobre Cayo lo presentaron como un monstruo insensible solo para colocar a los senadores en el puesto de víctimas de un tirano represor que les obligaba a rendirle pleitesía porque si no les mataba. Es decir, que si ellos eran serviles y pelotas, y si eran cómplices en sus excentricidades, no era por oportunismo, sino porque vivían bajo coacción.

La mayoría de los historiadores que escribieron sobre Calígula eran senadores o estaban en la órbita de un emperador. Quiero decir con esto que estos hombres manipularon la historia por hacer quedar bien a los suyos, ya que el relato de un emperador loco y malvado que instaló el infierno en la tierra era mucho más comercial que la historia de un emperador que gestionó bien el mundo pero que se llevó fatal con los más pudientes.

Calígula da una bebida a su caballo durante un banquete.  Grabado del siglo XIX, de la Historia de los emperadores romanos de Augusto a Constantino, de Jean Baptiste Louis Crevier, 1836. Este tipo de obras fomentan la leyenda negra a raíz de la mala relación de Calígula y el Senado
Calígula da una bebida a su caballo durante un banquete.  Grabado del siglo XIX de la Historia de los emperadores romanos de Augusto a Constantino, de Jean Baptiste Louis Crevier, 1836 (Fuente: Historia National Geographic)

Para lograr este objetivo, estos escritores dan falsas informaciones, esconden las que pudieran contradecirlas, sacan de contexto las acciones del emperador y las juzgan con una doble vara de medir. Luego, gracias a la epigrafía y la numismática, los historiadores modernos podemos darnos cuenta de que el Calígula que han querido vendernos no es el Calígula histórico.

Finalizo con una cita de Tácito que resume a la perfección lo escrito a lo largo de este largo artículo. Es una gran pena que la mayoría de sus escritos sobre Calígula no nos hayan llegado.

La historia de Tiberio y de Gayo y la de Claudio y Nerón se escribieron falseadas por el miedo mientras estaban ellos en el poder; tras su muerte, amañada por los odios recientes”

Fuentes primarias

Dion Casio (2016). Historia romanaLibros L-LX. (Trad. Juan Manuel Cortés Copete). Gredos.

Suetonio (2018). Vidas de los doce césares. (Trad. Rosa Mª Agudo Cubas). Gredos.

Tácito (2017). AnalesLibros I-VI. (Trad. José Moralejo). Gredos.

Bibliografía

Barrett, A. (2001). Caligula: the corruption of power. Routledge.

Nony, D. (1991). Calígula. Edesco.

Roldán Hervás, J.M. (2012). Calígula. El autócrata inmaduro. La esfera de los libros.

Wilkinson, S. (2005). Caligula. Routledge.

Winterling, A. (2006). Calígula. Herder editorial.

Resumen
Calígula y el Senado: el odio mutuo que creó la leyenda negra
Nombre del artículo
Calígula y el Senado: el odio mutuo que creó la leyenda negra
Descripción
La relación entre Calígula y el Senado fue pésima. Por eso los historiadores se inventaron una leyenda negra para vengarse del emperador
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