Introducción
A la hora de iniciar nuestro recorrido por la historia de la antigua Roma es inevitable pensar en todos los personajes que la protagonizaron durante tantos siglos. Desde los Graco o Aníbal Barca hasta Odoacro o Atila, pasando por Julio César, Boudica o Nerón, fueron cientos las personas que marcaron la crónica de la ciudad eterna. Si en la anterior entrada hablábamos sobre las leyendas fundacionales que compartían todos estos personajes, como la leyenda de Rómulo y Remo o la de Eneas, en ésta vamos a centrarnos en la realidad, en el origen histórico de Roma.
Ad Urbe Condita: el origen histórico de Roma
Abordar el tema del origen histórico de Roma es bastante complicado. Si partimos de la base de que no podemos fiarnos de las leyendas y no contamos con literatura contemporánea, nos topamos con el hecho de que solo podemos reconstruir los orígenes de Roma a través de las investigaciones arqueológicas. A lo largo de las últimas décadas se ha estado iluminando poco a poco un periodo histórico muy oscuro, debido a la gran dificultad que existe para encontrar hallazgos arqueológicos importantes de esos primeros tiempos. No obstante, el objetivo de este artículo es presentar esos orígenes de una forma sencilla, teniendo en cuenta siempre que no hay nada confirmado por completo.
El territorio posteriormente ocupado por Roma se encontraba situado en el noroeste de la región del Lacio, en su frontera con Etruria. Allí el río Tíber atravesaba un conjunto de colinas (Palatino, Esquilino, Quirinal, Aventino, Viminal, Capitolino y Celio) entre las que predominaba, por su posición central, la del Palatino. Entre estas colinas existían pantanosas e insalubres depresiones atravesadas por cursos de aguas, lo que llevó a los primeros pobladores de la zona a concentrarse en aldeas separadas entre sí en los puntos más elevados de las colinas.
A pesar de todo, las primeras aldeas permanentes de chozas surgieron en torno al 1000 a.C., estando habitadas sin pausa desde entonces. En esos pueblos vivían pastores que se dedicaban a la cría de ganado y a la agricultura de subsistencia de cereales y verduras. Desde el 1000 y hasta el 830 a.C., aproximadamente, estas comunidades vivían en poblados de las colinas del Palatino, Capitolino y Quirinal. Entre el 830-770 a.C., esos pequeños pueblos comenzaron a unirse poco a poco, formando lentamente una única estructura política durante el siglo VIII a.C.
Pronto deforestaron y nivelaron el Esquilino y el Viminal y construyeron terrazas donde levantaron casas para más personas. El Capitolino se convirtió en la ciudadela de la población y en sede del templo de su dios principal, Júpiter. A principios del siglo VI a.C., sustituyeron las cabañas por estructuras más elaboradas y duraderas, y las pruebas arqueológicas sugieren que había un muro rodeando el primer asentamiento del Palatino. Esto refuerza la idea de que, a pesar de la igualdad teórica entre todos los asentamientos, el del Palatino gozaba de una cierta hegemonía.
Aunque a priori el emplazamiento de Roma no parecía muy convincente, lo cierto es que tenía ventajas naturales que facilitaron su expansión. Por ejemplo, las colinas formaban una defensa natural contra los invasores, y el valle del Tíber se abría a la rica llanura del Lacio. Asimismo, este lugar estaba entre las ciudades etruscas al norte y las colonias griegas al sur, por lo que desde sus orígenes recibió influencias políticas y culturales de ambas civilizaciones. Sin ir más lejos, fue un esquema alfabético tomado de los griegos el que permitió el desarrollo de la escritura en Italia alrededor del 700 a.C. El hecho de poder registrar y mantener la información hizo avanzar la administración local, de modo que ahora se podía controlar a la población para recaudar impuestos o reclutar el servicio militar.
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En torno al año 625 tenemos los primeros signos de construcciones públicas permanentes de Roma, siendo la Regia, una residencia para los gobernantes, el primer edificio público conocido. Poco después (c. 600 a.C.) se sumaría a ella el templo de Vesta y la Curia Hostilia, lo que nos indica la existencia de cultos religiosos y lugares de reunión. Al final, en el siglo VI a.C., Roma era una comunidad urbana, con un centro y algunos edificios públicos. Aun así, no podemos saber con seguridad cuándo fue el momento exacto en el que los habitantes de esos pueblos separados se sintieron como miembros de una única ciudad, ni cuando ésta pasó a llamarse Roma.
La sociedad en el origen histórico de Roma
En el origen histórico de Roma, la sociedad estaba probablemente dividida en clanes, en los que todos los miembros tenían un nombre propio y un nombre de clan. Ya en tiempos de la República, los hombres tenían dos nombres: el nombre propio (praenomen) y un nombre de familia (nomen). Si eras aristócrata, a menudo podías llevar un tercer nombre (cognomen) identificativo de una rama particular de la familia, y a veces incluso un cuarto (agnomen) para marcar una característica o logro especial. Las mujeres, por el contrario, normalmente adoptaban la forma femenina del nombre de familia, de manera que la hija de Marco Tulio Cicerón era Tulia, por ejemplo.
Al menos desde la segunda mitad del siglo VII a.C., esta sociedad original debió de estar dominada por pequeños grupos de nobles muy ricos que mostraban su superioridad luchando en la guerra y a través de la ostentación en sus tumbas de las necrópolis del Foro, del Quirinal y del Esquilino. Además, es probable que estos sectores sociales se identifiquen con los patres o jefes de los grandes clanes familiares que marcarían la historia social de la República romana.
En este origen histórico de Roma, el conjunto de los ciudadanos romanos estaba dividido en tres tribus para poner en práctica un sistema de reclutamiento militar. A cada una de estas tribus le fueron adscritas diez curias, cada una de las cuales se correspondía con una división local en la que los ciudadanos nacían. En caso de guerra, cada curia debía proporcionar cien infantes y diez jinetes, para formar así un ejército de 3000 infantes y 300 jinetes. Por otro lado, por encima de estas tribus podemos afirmar que existieron reyes, quizás en un periodo que va más o menos desde el 625 hasta el 500 a.C. En la próxima entrada veremos qué hay de real y qué de legendario en los famosos reyes de la Monarquía romana.
Bibliografía
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