Introducción
Tras su victoria en la batalla de Accio (31 a.C.) y en la conquista de Egipto, Octaviano se convirtió en el amo y señor único e indiscutible del mundo romano. Aun así, la creación del nuevo régimen imperial no fue una tarea sencilla ni rápida. Sin ir más lejos, en la era de Augusto no hubo nunca algo parecido a una monarquía formal, ni llegó a estar definido el cargo de emperador; de hecho, las instituciones republicanas continuaron operativas. Por eso, en este artículo vamos a ver las principales reformas de Augusto a nivel político, social, económico, administrativo, militar y religioso para comprender cómo fue el origen del Imperio Romano y cuál fue su evolución histórica a lo largo de los primeros años del princeps.
Como introducción debo decir que no es fácil resumir las medidas y cambios impulsados por Augusto, sobre todo porque no siguió siempre un plan preestablecido. A veces su obra se fue modelando como consecuencia de una hoja de ruta meditada, pero en muchas ocasiones también fue producto de las circunstancias surgidas en su amplio tiempo de gobierno. Por ello, aquí haré un breve resumen de las reformas más importantes, invitando al lector a profundizar en la bibliografía para mayor complejidad.
El origen del Imperio Romano: las reformas de Augusto en las provincias
El origen del Imperio Romano, si es que se le puede buscar un origen, estaría en las trascendentales sesiones del Senado que vieron nacer la figura política del emperador Augusto en el 27 a.C. Uno de los asuntos a resolver en estas reuniones fue el gobierno de las provincias. Bajo la «presión» de los senadores, César Augusto aceptó tener poderes militares extraordinarios durante una década para pacificar las provincias más inestables o amenazadas por peligros exteriores: Hispania, la Galia, Siria, Cilicia, Chipre y Egipto.
En la práctica era un reparto de provincias entre el princeps y el Senado, pues este organismo controlaba los restantes terrenos. Sin embargo, era desde el principio un reparto desigual porque la gran mayoría del ejército romano estaba en las tierras del primero.
Dado que Augusto no podía estar en todas partes a la vez, elegiría legados para encargarse durante 3-5 años de las diferentes regiones. Estos controlarían áreas y tomarían decisiones de un modo muy similar al de los gobernadores provinciales del pasado, pero no dispondrían de poder autónomo, solo una delegación del poder de Augusto. De esta manera, el emperador intervenía en sus tierras cuando lo considerara oportuno y sus pronunciamientos eran vinculantes. Por el contrario, las provincias senatoriales podían ser gobernadas con imperium durante un año por procónsules elegidos por sorteo entre antiguos magistrados.
No obstante, la distinción entre provincias senatoriales e imperiales no era rígida en el sentido de gobiernos estrictamente separados. Como César Augusto contaba con autoridad sobre la totalidad del Imperio, su poder o el de sus hombres estaba por encima del de los gobernadores senatoriales.
Aparte, existían unos pocos territorios —las provincias procuratoriales— que solían ser administrados por prefectos ecuestres o reyes aliados. Generalmente eran lugares de reciente conquista, sin una infraestructura urbana suficientemente desarrollada y con problemas especiales. Esas características encajaban con las provincias alpinas de Retia y Nórico en Occidente y de Judea en Oriente, aunque la más famosa fue Egipto. La tierra del Nilo no solo fue la joya de la corona de Augusto, sino que estaba totalmente vedada; de hecho, Augusto prohibió que cualquier senador o ecuestre relevante pusiera un pie en el suelo del país sin autorización expresa.
El origen del Imperio Romano: el nuevo Senado
El gobierno de la antigua Roma republicana se sustentaba en tres pilares: las magistraturas, el Senado y las asambleas populares. A lo largo de su tiempo como cabeza del Estado, Augusto tomaría medidas sustanciales que sentarían el origen del Imperio Romano también a nivel político.
Comencemos por el Senado. César Augusto no podía librarse de esta institución, pero tampoco podía permitir que tuviera un poder que rivalizara con el suyo. La solución pasó por reducir su tamaño (de los más de mil integrantes que tenía durante el Segundo Triunvirato a más de 600 miembros) y lograr que las carreras de los senadores dependieran de lo bien que se llevaran con el princeps.
En este sentido, en las siguientes décadas habría por lo menos tres ocasiones (en el 28 a.C., 18 a.C. y 11 a.C.) en que el emperador revisó la lista de merecedores de la posición senatorial, eliminando de esta manera a adversarios políticos y premiando a sus fieles aliados. Así, un cuerpo político que había dirigido el Estado quedó relegado a cantera de provisión de los altos cargos administrativos del Imperio, sin poder alguno para cuestionar la preeminencia de Augusto sobre Roma.
El origen del Imperio romano: las nuevas magistraturas
Por otro lado, las magistraturas. Los magistrados más relevantes de la República, los cónsules, apenas conservaron el prestigio del título, pues solo disfrutaron de una limitada actividad judicial en materia de derecho privado. No obstante, los aspirantes eran numerosos, ya que los gobernadores provinciales y funcionarios más importantes eran ex cónsules. Por su parte, los pretores mantuvieron su carácter de magistrados judiciales por excelencia, aunque sus ámbitos de jurisdicción se especializaron.
En cuanto a las magistraturas menores, los ediles dejaron muchas de sus funciones pero preservaron la jurisdicción de los mercados; los cuestores pasaron de tener competencias financieras a ser solo asistentes de los gobernadores, los cónsules o el emperador; y los puestos de tribuno de la plebe o censor perdieron su razón de ser porque sus tareas esenciales fueron asumidas por el princeps.
Más concretamente, fue en el año 23 a.C. cuando César Augusto, habiendo renunciado al consulado que ejercía ininterrumpidamente desde el 32 a.C., recibió gracias al Senado la tribunicia potestas (es decir, los poderes de los tribunos de la plebe pero sin ostentar el cargo) y un imperium pronconsulare maius. Este segundo honor le garantizaba el derecho formal a controlar sus provincias y las legiones que allí estuvieran aunque no tuviera el imperium de un cónsul. Además, le colocó por encima de cualquier autoridad, de modo que ningún gobernador provincial senatorial podía oponerse a una decisión política tomada por Augusto para su territorio.
Más allá del mencionado cambio en el Senado, las reformas de Augusto que sentaron el origen del Imperio Romano también afectaron a otros colectivos sociales. Los ecuestres, por ejemplo, llevaban décadas siendo una fuerza económica y social de gran relevancia, por lo que el emperador la reorganizó para que sirviera mejor a sus intereses y los del Estado.
El número de ecuestres creció y el ingreso en el estamento debía ser aprobado por Augusto. Asimismo, ostentaron puestos de oficiales en el ejército, comandaron las flotas estacionadas en Italia y puntos neurálgicos del Imperio, dirigieron la guardia pretoriana, se encargaron del servicio anti incendios en Roma, recaudaban impuestos en las provincias imperiales e incluso gobernaban las provincias procuratoriales.
En lo que respecta a la plebe urbana, la relación con Augusto fue fluctuando, sobre todo al principio. El princeps prohibió algunas asociaciones culturales, distribuyó la ciudad de Roma en regiones administrativas, reguló las listas de receptores de trigo gratuito y organizó muchos espectáculos o donativos extraordinarios.
El origen del Imperio Romano: la reforma moral y religiosa
Las reformas religiosas de Augusto buscaban preservar y recuperar la sacralidad de la religión romana. Con este objetivo, por ejemplo, rescató del olvido varios sacerdocios menores, se deshizo de libros proféticos poco fiables, revivió, reinvento y creó desde cero muchos rituales… Estos últimos tuvieron como consecuencia que, de forma gradual, el calendario anual de Roma se fuera llenando de fiestas dedicadas al emperador y su familia.
La reforma de la moralidad fue, como mínimo, igual de ambiciosa. Entre otras cosas, a partir del 18 a.C. Augusto obligó a todos los ciudadanos adultos a casarse, incluidos los viudos y viudas. Asimismo, fueron penalizados económicamente y perdieron el derecho a recibir herencias quienes no lo hicieron.
Otra ley aprobada ese mismo año fue más radical todavía, pues convertía el adulterio en un delito criminal. Esta norma prohibía que cualquier varón mantuviera relaciones sexuales con una viuda, con una mujer soltera respetable o con cualquier varón adulto. Se reguló incluso que aquel esposo que supiera que su mujer estaba cometiendo adulterio, pero no se divorciara de ella y la denunciara, sería igualmente condenado. En definitiva, lo que quería César Augusto era que los miembros más notables de la sociedad fueran modelos de conducta para el resto de ciudadanos.
El origen del Imperio Romano: las reformas económicas de Augusto
Al igual que en los otros sectores de la vida romana, las reformas económicas de Augusto que dieron pie al origen del Imperio Romano buscaban la coexistencia de instituciones republicanas con otras de nueva creación. En consecuencia, se conservó la gestión del Tesoro estatal romano en manos del Senado, pero con la salvedad de que los magistrados encargados de su custodia dependían del princeps.
Sin embargo, la gran mejora financiera de esta época tuvo que ver con la recaudación de impuestos, base fundamental de los ingresos del Imperio Romano. Hasta el momento existía un muy mejorable sistema que dependía de la arbitrariedad de los recaudadores del Senado —los publicani— y de los gobernadores provinciales, por lo que Augusto fue sustituyendo progresivamente a los primeros por sus propios funcionarios de rango ecuestre.
Además, el emperador supo buscar la manera de solucionar el otro gran problema financiero del estado romano: el licenciamiento de los soldados veteranos. Se creó un Tesoro militar específico para sufragar las sumas de dinero que, a partir del año 13 a.C., se daban a los licenciados en sustitución de las parcelas de tierras en las colonias.
Las reformas militares de Augusto
Después de la muerte de Marco Antonio, el flamante ganador de la cuarta guerra civil romana tenía bajo su mando unas sesenta legiones, es decir, más de 200.000 hombres. A largo plazo era insosteniblemente caro y peligroso mantener a semejante cantidad de gente, por lo que la primera de las grandes reformas militares de Augusto fue la desmovilización y reubicación de tropas. Así, el número de legiones se redujo significativamente hasta quedar fijado en 26-28. Algunas de ellas fueron acantonadas para servir como guarniciones en los terrenos recién conquistados y otras fueron empleadas en nuevas campañas como la conquista del norte de Hispania.
Asimismo, el tiempo de servicio obligatorio fue ampliado dos veces. Primero se fijó en un total de dieciséis años de trabajo antes ser elegible para una entrega de tierras al licenciarse, pero en el 5 d.C. esta cantidad de años subió a veinte. No obstante, durante esos cuatro años finales eran clasificados de veteranos y estaban excluidos de cumplir ciertas obligaciones.
Con el paso del tiempo, los auxiliares no ciudadanos del ejército fueron ganando importancia y organizándose de una forma cada vez más parecida a las legiones. Por otra parte, las flotas en activo, tripuladas por no ciudadanos, permanecían estacionadas en los mares Tirreno y Adriático, desde donde patrullaban el Mediterráneo en su conjunto. Por último, hubo soldados en la propia ciudad de Roma, distribuidos en nueve cohortes de pretorianos y nueve cohortes urbanas, que constituían una especie de fuerza policial.
Si atendemos solo a las legiones, nos daremos cuenta rápidamente de por qué César Augusto no tenía rival posible. Las 26-28 legiones resultantes tras la desmovilización no solo significaban empleos aproximadamente para unos 130 – 150.000 soldados, sino también para 156 tribunos y 1560 centuriones. Todas estas personas no solo habían realizado un juramento al princeps, sino que recibían de él su cargo, su paga y sus futuros ascensos y beneficios sociales. Al final, la más exitosa reforma de Augusto fue conseguir que todo el mundo comiera de su mano.
Bibliografía
GOLDSWORTHY, A. (2014): Augusto. De revolucionario a emperador. Madrid: La esfera de los libros.
MANGAS, J. (1991): Augusto. Madrid: Akal.
OSGOOD, J. (2019): Roma. La creación del Estado mundo. Madrid: Desperta Ferro.
ROLDÁN HERVÁS, J.M. (2020): Historia de Roma II. El Imperio Romano. Barcelona: Cátedra.