Introducción
El reinado del emperador Augusto fue opuesto al de Tiberio en muchos sentidos. Uno de ellos fue el campo de la propaganda y el ejercicio del poder. El primero comenzó con violencia y represión y acabó con persuasión y benevolencia, mientras que el segundo empezó con suavidad y buenas palabras y terminó con múltiples ejecuciones y suicidios. Más allá de sus supuestas perversiones sexuales en la isla de Capri, si por algo es famoso el principado de Tiberio es por el número de sentencias por crímenes de maiestas. Por ello, en este artículo voy a hacer un resumen de las causas y consecuencias de la ley de maiestas en el Imperio Romano de Tiberio.
Concepto de maiestas en el derecho romano
El delito de laesa maiestas (lesa majestad al traducirlo) era un crimen de alta traición que cometía toda aquella persona que atentara contra la grandeza y autoridad del pueblo romano, el emperador o su familia. Esto incluía cosas como amotinamiento en el ejército, fomento de la rebelión entre el pueblo o abuso flagrante del cargo por parte de los magistrados.
Era una acusación bastante peligrosa por su ambigüedad, ya que no estaba del todo definido qué era socavar la dignidad del pueblo o el emperador romano. Por este motivo, algunos senadores sin escrúpulos, al no poder ascender como en los viejos tiempos, utilizaron la acusación de maiestas como forma de llamar la atención del emperador y ganarse su favor.
El historiador Tácito, fuente de conocimiento imprescindible para conocer estos procesos penales, describe el ambiente político de este modo: «Fue lo más nefasto que aquellos tiempos tuvieron que soportar. Los principales de entre los senadores ejerciendo incluso las delaciones más rastreras, unos a la luz del día, muchos ocultamente».
La ley de maiestas no era nueva con Tiberio, puesto que se remontaba al último siglo de la República. El dictador Lucio Cornelio Sila, por ejemplo, castigaba con el exilio a quien dañara de cualquier forma al Estado romano. Asimismo, fue Augusto quien la actualizó para incluir las conspiraciones contra el princeps. Sin embargo, sobre todo desde que Tiberio abandonó Roma, la legislación degeneró en una caza de brujas.
Un reinado de terror
Durante los últimos años de Tiberio al frente del Imperio Romano hubo un auténtico reinado del terror. De hecho, las reuniones del Senado en los años 30 del siglo I d.C. se caracterizaron por la histeria, el pánico y la sospecha. Cualquier senador podía ser el próximo en caer, cualquiera podía sucumbir ante la acusación de un delito de maiestas contra la dignidad del emperador.
Tampoco ayudó el hecho de que los senadores tuvieran que hacer un juramento de lealtad anual a Tiberio, ya que era un acto individual que debía hacer cada persona, no un acto colectivo como institución. Esto daba la impresión de que un crimen contra el emperador (ya fuera real, exagerado o inventado) era más grave de lo que realmente era.
Este clima de incertidumbre e imprevisibilidad fue descrito por Tácito de la siguiente manera: «Los ciudadanos estaban más ansiosos y llenos de temor que nunca, protegiéndose incluso de sus allegados; se evitaban los encuentros y conversaciones, los oídos conocidos y los desconocidos».
La maiestas romana: acusadores y víctimas
Al principio, los acusadores de delitos de maiestas romana solían ser hombres recién ascendidos al rango de senador que elegían este método para impulsar sus propias carreras. En contraposición, el perfil de sus víctimas era el de miembros de antiguas familias aristocráticas que podrían ser potenciales rivales del emperador.
Además, cada vez en mayor medida, Tiberio persiguió personalmente a aquellos más cercanos a él, aquellos que habían gozado de su confianza en el pasado. En este sentido, estaba claro que la caída del que creía que era su mejor amigo, el prefecto del pretorio Lucio Elio Sejano, le había afectado profundamente.
Aparte, también hubo al menos dos manos negras operando en las sombras para usar el crimen de maiestas como excusa para eliminar enemigos políticos: el nuevo prefecto del pretorio, Quinto Sutorio Macrón, y Calígula (o sus partidarios).
Lejos de ser algo que solo afectara a los hombres, Tácito cuenta que «ni siquiera las mujeres estaban libres de peligros; y como no se podía acusarlas de pretender hacerse con el estado, se las inculpaba por sus lágrimas».
No obstante, la posición de acusador igualmente podía ser peligrosa. Si por alguna razón el acusado era declarado inocente, como sucedió en el caso del equite Marco Terencio (33 d.C.), por ejemplo, entonces sus denunciadores eran los condenados a exilio o muerte .
A modo de escarmiento y humillación, los condenados no solo eran ejecutados públicamente, sino que se dejaba que los cadáveres se pudrieran al aire libre antes de ser lanzados al río Tíber.
El crimen de maiestas romana y sus víctimas
En general, se señalaba a alguien no solo para eliminarlo políticamente, sino para alejar las sospechas sobre uno mismo. La caída en desgracia de Lucio Elio Sejano inició una imparable caza de brujas en la aristocracia romana. Cualquiera que hubiera sido amigo suyo, o que hubiera ascendido gracias a él, corría el riesgo de ser acusado de ser su cómplice.
Sin embargo, estar relacionado con Sejano solo fue una de las causas por las que el cargo de un crimen de maiestas podía recaer sobre una persona. Cuando esto sucedía, el denunciado era ejecutado tras declarar el Senado la culpabilidad, pero también hubo muchos que se suicidaron para escapar de su destino.
El número de casos mencionados por Tácito es mayor, pero aquí únicamente mencionaremos los más relevantes. Solamente en el 32 d.C. fueron condenados al exilio o a la muerte: el retórico Junio Galo, los ex pretores Quinto Serveo, Sexto Vistilio y Lucanio Laciar, el orador Brutedio Nigro, el tesorero Publio Vitelio, los senadores Cesiliano, Aruseyo y Sangunnio, los caballeros Minucio Termo, Geminio, Celso y Pompeyo, la anciana Vicia…
El año siguiente (33 d.C.) fue bastante intenso. Fueron condenados por maiestas el ex pretor Considio Próculo y su hermana Sancia, o Vesculario Flaco y Julio Macrino, amigos de Tiberio en Rodas y Capri. De la misma manera fueron ejecutados Sexto Mario, el hombre más rico de Hispania, acusado de incesto con su hija; y Munacia Plancina, ex mujer de Cneo Calpurnio Pisón.
Asimismo, en el año 33 d.C., Tiberio dio la orden de ejecutar a decenas de prisioneros (incluido mujeres y niños) que habían sido encarcelados tras la caída de Sejano y no se había decidido su destino. Tácito lo describió como «una inmensa carnicería» en la que «no se permitió a los parientes o amigos acercarse ni llorarlos».
En el año 34 d.C. cayeron por delitos de maiestas el poeta y ex cónsul Mamerco Emilio Escauro y su esposa, Sextia, y el ex gobernador provincial Pomponio Labeón y su esposa, Paxea. Ambas parejas tuvieron en común que se suicidaron para no vivir el escarnio público. Aparte, cabe destacar el caso del antiguo edil Abudio Rusón, que fue mandado al exilio.
Más condenas por maiestas romana contra Tiberio
En el año 35 d.C. se asistió a muchas condenas por maiestas: los senadores Fulcinio Trión y Grandio Marciano, así como el ex gobernador provincial Trebelieno Rufo, optaron por el suicidio; los ex pretores Sexto Paconiano y Tario Graciano, por el contrario, fueron ejecutados.
Ni siquiera los reyes aliados estaban a salvo en estos tiempos. Tácito contó que en el año 36 d.C. el antiguo rey de Armenia Tigranes V, prisionero de Roma en ese momento, fue condenado, aunque no se sabe con que cargo.
En ese mismo año se suicidaron el caballero Vibulio Agripa y los ex cónsules Cayo Galba y Quinto Bleso. Ninguno de ellos recibieron siquiera la condena, simplemente se suicidaron al creer que habían perdido el favor del emperador. Asimismo, Emilia Lépida (una de las esposas de Druso, el hijo de Germánico y Agripina la mayor) también se quitó la vida al ser tachada de adulterio con un esclavo.
Ni en los últimos meses de vida de Tiberio cesaron las condenas, ejecuciones y suicidios por maiestas y otras causas. A la larga lista se unieron tres mujeres —Acucia, Albucila y la madre de Sexto Papinio—, el ex pretor Carsidio Sacerdote y los senadores Lelio Balbo y Poncio Fregelano.
¿Quién tuvo la culpa?
¿Hasta qué punto podemos responsabilizar a Tiberio de lo que sucedió con los delitos de maiestas? Probablemente sea injusto cargar toda la culpa sobre el emperador, ya que la mayor parte de los casos fueron promovidos por los propios miembros de la aristocracia romana.
Además, hay que recordar que no todos los acusados de maiestas fueron condenados, como fue el caso de Mesalino Cota en el 32 d.C. En una carta enviada por el princeps al Senado, exigía no incriminar a personajes de reconocidos méritos valiéndose de habladurías sin fundamento.
Más concretamente, Tácito se refirió a la petición en estos términos: «pidió que no se aprovecharan las palabras aviesamente torcidas ni las intrascendentes habladurías de los banquetes para establecer acusaciones».
En definitiva, los crímenes de maiestas aumentaron en el principado de Tiberio debido a la fallida relación que este tuvo con el Senado. Mientras que Augusto se encargó de cultivar la popularidad del pueblo y el Senado romano para mantener la farsa de la República, Tiberio fue un hombre distante, austero y sobrio que no supo ser el mago de la política que fue su padrastro.
Tiberio se limitó a dar libertad a los senadores, esperando recibir cooperación a cambio. Sin embargo, lo que obtuvo fue la inadaptación de los senadores al nuevo escenario. Eso, sumado a la vejez, la soledad y el progresivo retiro del princeps, provocaron el aumento de los casos de maiestas en el imperio romano.
Bibliografía
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