Introducción
Se conoce con el nombre de Guerras Púnicas a la larga serie de conflictos que enfrentaron a Roma y Cartago durante más de un siglo, concretamente entre el 264 y el 146 a.C. Después del final de la Primera Guerra Púnica (241 a.C.), todos los soldados cartagineses de Sicilia volvieron a la metrópolis africana y se encontraron en una situación lamentable. Durante años, este ejército mercenario había luchado y muerto fielmente del lado cartaginés gracias a la promesa de un gran sueldo al acabar la guerra. Sin embargo, una vez finalizó la misma, solo se encontraron con la actitud titubeante y ambigua de los cartagineses. Esto desembocó en lo que conocemos como la guerra de los mercenarios (241 – 238 a.C.), un conflicto que, a pesar de ser mucho más corto y a menor escala que la guerra contra Roma, amenazó más seriamente la existencia de Cartago.
Causas de la guerra de los mercenarios
Una vez terminada la guerra, Amílcar Barca condujo su ejército hasta Lilibeo, donde debía embarcar con destino África en pequeños destacamentos. Una vez en Cartago, cada grupo debía recibir su sueldo de varios años y ser devuelto a sus países de origen antes de que llegara el siguiente grupo. No obstante, la realidad fue bien distinta. Las autoridades púnicas optaron por esperar a que todos estuvieran en territorio continental para explicarles que no podían pagarles lo prometido a la vista del resultado desastroso de la guerra y de la difícil situación financiera de Cartago.
Tras numerosos disturbios en las calles de Cartago, los mercenarios fueron enviados a la ciudad de Sicca, donde acamparon sin un mando y sin nadie que les obligara a mantener la disciplina. Durante esta estancia, el sentimiento de haber sido abandonados y traicionados afloró en ellos, por lo que su resentimiento hacia sus antiguos señores fue en aumento. Además, cabe destacar que, dado el carácter multicultural del ejército mercenario (integrado por libios, galos, españoles, ligures, griegos sicilianos, mestizos, esclavos huidos y desertores), en poco tiempo se fragmentaron en grupos según sus linajes étnicos.
Los libios, el grupo más numeroso de todos, fueron los que finalmente tomaron la iniciativa y se amortinaron abiertamente al apresar y encerrar a Gesgo, la mano derecha de Amílcar en el mando militar. Con pocas excepciones, la mayor parte del campesinado, que lo había pasado muy mal durante la guerra debido a las cargas fiscales impuestas y las conscripciones, se puso del lado de los rebeldes, engrosando sus filas.
Asimismo, se les unieron muchos príncipes númidas (nativos de Argelia y Túnez), que habían sido derrotados por los cartagineses en el pasado y ahora veían la oportunidad de vengarse. De esta manera, un ejército mucho más poderoso que el encabezado por el cónsul romano Marco Atilio Régulo en el 256 a.C. comenzó a bloquear Cartago. Para colmo de males, la rebelión en Libia les negaba el acceso a los abastecimientos y los recursos humanos que usaban normalmente.
Amílcar Barca en la guerra de los mercenarios
Al principio de la guerra de los mercenarios, los principales líderes rebeldes eran el libio Mathos, el esclavo campano Espendio y el galo Autariato. A pesar de ser más numerosos, curtidos en batalla y bien equipados, estas fuerzas mercenarias también contaban con una desventaja que beneficiaba a los púnicos: ninguno de ellos poseía experiencia alguna como comandante militar, de modo que sus movimientos eran torpes y poco coordinados. Aun así, la situación en Cartago era crítica, ya que entre los propios mandos militares había fuertes discrepancias. Amílcar Barca y Hannón no se llevaban bien entre ellos, por lo que las futuras operaciones de sus ejércitos se verían obstaculizadas por sus continuas disputas. Y digo futuras porque, al principio, ambos líderes actuaban por separado.
El primer éxito de Amílcar Barca fue conducir a su ejército a la desembocadura del río Bagradas, con el objetivo de desplazar la guerra lo más lejos posible de Cartago. La victoria en la batalla que ahí tuvo lugar (239 a.C.) dio un cierto respiro a los púnicos, pero no consiguió amedrentar a los mercenarios. Éstos reestructuraron sus tropas, reclutaron más combatientes y acosaron con más intensidad a las fuerzas de Amílcar. En consecuencia, el líder bárquida se retiró hacia el interior del país para distraer a los rebeldes del asedio emprendido contra las ciudades de Cartago, Útica e Hipona.
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Poco después, se produjo un giro y fue Amílcar quien se encontró en apuros. Sin embargo, la realidad mejoró cuando el príncipe númida Naravas se pasó al bando cartaginés a la cabeza de un nutrido grupo de jinetes. Incluso esta cooperación se amplió aun más cuando el príncipe tomó como esposa a la hermana de Amílcar. Este es un ejemplo paradigmático del genio militar del general cartaginés. Uniendo la fuerza a la diplomacia supo como sobreponerse a la superioridad numérica del enemigo, llegando a vencerlo al final.
De todas formas, conviene aclarar que ambos bandos cometieron grandes horrores y barbaridades en la guerra de los mercenarios. Amílcar, por ejemplo, ordenaba que los mercenarios hechos prisioneros fueran pisoteados hasta la muerte por elefantes; Gesgo, la mano derecha del púnico, fue desmembrado y arrojado a un foso para que se desangrara.
El final de la guerra de los mercenarios
En el momento en el que los cartagineses unificaron los ejércitos de Amílcar y Hannón las desgracias por sus discrepancias se sucedieron: Útica e Hipona cayeron, por lo que el asedio a Cartago era el próximo objetivo de los mercenarios. Tras tres años de batallas, el final de la guerra de los mercenarios no parecía estar cerca, por lo que el gobierno púnico movilizó todas sus reservas y obligó a los dos generales a entenderse y trabajar juntos por el bien del Estado.
De este modo, los dos líderes finalmente obtuvieron una victoria decisiva sobre los mercenarios en el 238 a.C. Finalmente, Mathos y Espendio fueron crucificados, todos los ejércitos rebeldes fueron derrotados, las comunidades libias se rindieron y la revuelta se hundió. La rebelión había durado casi tres años y medio.
Bibliografía
BARCELÓ, P. (2019): Las guerras púnicas. Madrid: Editorial Síntesis.
GOLDSWORTHY, A. (2002): La caída de Cartago. Las Guerras Púnicas 265 – 146 a.C. Barcelona: Ariel Historia.
ROLDÁN HERVÁS, J.M. (2007): Historia de Roma I. La República Romana. Barcelona: Ediciones Cátedra.