Introducción
En el año 88 a.C., al mismo tiempo que la Guerra de los Aliados finalizaba, la Primera Guerra Mitridática contra el rey Mitrídates VI del Ponto no había hecho más que comenzar. El Senado romano decidió enviar un poderoso ejército para vengar a los romanos asesinados durante las Vísperas Asiáticas, pero antes tenía que resolver una cuestión: decidir quién era el mejor candidato para comandarlo. La lucha entre los dos mayores aspirantes a este puesto de honor, Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila, fue la causa de la primera guerra civil romana.
Antecedentes a la primera guerra civil romana
La guerra contra el rey póntico debía encargarse a uno de cónsules elegidos para el 88 a.C., por lo que las elecciones de ese año fueron muy disputadas. En un proceso electoral no exento de violencia, finalmente el cargo recayó en Lucio Cornelio Sila y Quinto Pompeyo Rufo. Sin embargo, Cayo Mario no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.
Ese mismo año, el tema de la integración efectiva de los itálicos en la ciudadanía romana era otro importante motivo de controversia que enturbiaba la vida pública en Roma. Un tribuno de la plebe, Publio Sulpicio Rufo, propuso una ley según la cual los itálicos se distribuirían entre las treinta y cinco tribus existentes en vez de adscribirse solo en unas cuantas de ellas. Su objetivo era evitar que el voto itálico se diluyera, culminando la obra iniciada por Marco Livio Druso.
Como en otras ocasiones, no tardaron en formarse bandas armadas de ciudadanos enfurecidos que no estaban dispuestos a que Sulpicio Rufo aprobara su reforma. En un intento de frenar la violencia, los cónsules decretaron el iustitium, una medida extraordinaria que implicaba la suspensión de todos los negocios públicos, incluyendo las reuniones de las asambleas romanas.
No obstante, lo que provocó fue justo lo contrario. Sulpicio Rufo, saltándose la ley, convocó una asamblea en el Foro romano para protestar contra la medida de los cónsules y equipar a sus partidarios con puñales. En la reyerta que siguió cuando se intentó disolver la reunión, los dos cónsules huyeron de la ciudad mientras uno de ellos, Pompeyo Rufo, veía como habían asesinado a su propio hijo. Por su parte, Sila se vio forzado a revocar el iustitium, de manera que la vida política se retomó.
El inicio de la Guerra Civil Romana
En este contexto, Cayo Mario y Sulpicio Rufo se aliaron para beneficiarse políticamente de forma mutua. Mario necesitaba a Sulpicio para arrebatar a Sila el mando en Asia mediante una ley que solo el tribunado de la plebe podía aprobar. A cambio, el tribuno se aseguraba la ayuda del seis veces cónsul para conseguir que la ciudadanía apoyara las reformas que quería sacar adelante.
En ausencia de Sila, que por entonces andaba en la Campania haciendo los preparativos para marchar con un ejército de unos 35.000 hombres hacia Oriente, ambos personajes consiguieron sus objetivos. Sin embargo, quizás no contaban con la trascendental reacción del cónsul, una decisión que iniciaría la primera guerra civil romana. Sila no solo se negó a aceptar las noticias que los legados de Mario le hicieron llegar, sino que asesinó a éstos y anunció que marcharía sobre Roma con sus tropas para derogar las leyes de Sulpicio y eliminar a sus partidarios.
A pesar de que era una acción sin precedentes que iba contra cualquier tipo de legalidad, Sila contó con el apoyo de sus soldados (pero no el de sus oficiales) porque los convenció de que Mario querría desmovilizarlos para reclutar nuevos hombres, con lo que perderían la posibilidad de obtener los ricos botines de guerra que esperaban en Asia. Incluso el mismo senado condenó expresamente la actitud de Sila y mandó varias embajadas para negociar con él, pero ninguna tuvo éxito.
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La guerra civil romana: la marcha sobre Roma
Tras reunirse con su colega consular, Sila invadió Roma con sus legiones desde tres puntos distintos, y Mario y Sulpicio no pudieron hacer nada porque no tenían medios para reclutar tropas. Entrando por la puerta Esquilina, Sila y sus soldados se dirigieron hacia el foro mientras algunos plebeyos les lanzaban tejas y proyectiles desde los tejados. En respuesta, el cónsul incendió las casas de todos aquellos que osaban resistirse a su violento golpe de Estado anti constitucional.
Este es uno de los acontecimientos más importantes de la historia política de la antigua Roma. Nunca antes tropas romanas habían traspasado en pie de guerra el pomerium, es decir, los límites de la ciudad de Roma. De hecho, su presencia solo se había producido hasta entonces en los desfiles triunfales, para acompañar a sus generales victoriosos por las calles de la urbe.
Sulpicio y Mario consiguieron huir de la ciudad poco antes de que se derogaran sus reformas y tanto ellos como muchos de sus partidarios fueran declarados enemigos públicos de Roma. Y si bien Cayo Mario consiguió refugiarse en las ruinas de Cartago, no pasó lo mismo con Sulpicio, que fue capturado y ejecutado.
La guerra civil romana: las leges Corneliae Pompeiae
Tras este primer capítulo de la también primera guerra civil romana, Sila era ahora el dueño y señor de Roma. Sin embargo, su posición de poder era débil porque se sustentaba en el apoyo de un ejército que era necesario con urgencia en Oriente. Para el cónsul era evidente que tenía que promover una serie de medidas de urgencia que le permitieran marchar a la guerra contra Mitrídates con la confianza de que sus enemigos no podrían volver al poder en su ausencia.
Con sus primeras reformas, Sila pretendía restringir el poder político de los tribunos de la plebe y de las asambleas romanas por tribus, fortaleciendo a cambio las competencias del Senado. Por ejemplo, estableció la obligación de que todas las propuestas de ley fueran aprobadas por el Senado antes de ser sometidas a votación popular. Complementariamente, otra ley aumentaba el número de senadores a seiscientos, especificando que los nuevos miembros debían ser reclutados entre los equites.
No obstante, no todo salió bien para Sila y Rufo. En las elecciones consulares del 87 a.C., los dos candidatos favorecidos por éstos fueron derrotados por Cneo Octavio y Lucio Cornelio Cinna. Intervenir directamente estos resultados habría sido difícil de legitimar, así que Sila tuvo que conformarse con dos últimas medidas de precaución antes de embarcar hacia Oriente: encomendar a Pompeyo Rufo el mando de unas tropas al norte de Roma y obligar a Cinna a jurar solemnemente que respetaría el nuevo orden establecido. Tal y como veremos, lo cierto es que ninguna de las dos cosas se cumplió durante mucho tiempo, puesto que otro capítulo de la guerra civil romana estaba a punto de escribirse.
Bibliografía
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