Introducción
Se conoce con el nombre de Guerras Púnicas a la larga serie de conflictos que enfrentaron a Roma y Cartago durante más de un siglo, concretamente entre el 264 y el 146 a.C. El origen del nombre de las Guerras Púnicas reside en la forma que tenían los romanos de llamar a los cartagineses, apelando al etnónimo punici. La gran duración de las Guerras Púnicas a lo largo de 118 años no fue continuada e ininterrumpida en el tiempo, sino que se dividió en tres fases distintas: la Primera Guerra Púnica (264 – 241 a.C.), la Segunda Guerra Púnica (218 – 201 a.C.) y la Tercera Guerra Púnica (149 – 146 a.C.). Después de haber visto anteriormente sus causas, en este artículo vamos a sumergirnos de lleno en las principales batallas terrestres de la Primera Guerra Púnica.
Primeras batallas terrestres de la Primera Guerra Púnica
Una vez que se rompieron las negociaciones diplomáticas entre ambos bandos, Hierón trasladó un ejército desde Siracusa que se unió a los púnicos para comenzar el asedio a la ciudad de Messana. Entonces, las tropas del cónsul romano Apio Claudio Caudex atacaron el campamento del tirano, alcanzando la victoria después de una dura batalla y obligando al siracusano a retirarse hasta sus territorios. Al día siguiente, el cónsul atacó e hizo huir a los cartagineses, por lo que el asedio a Messana quedó roto. Para continuar su éxito, Claudio realizó una incursión hacia Siracusa para devastar su territorio, más que para tratar de conquistar la propia ciudad. Sin embargo, y a pesar de todo lo conseguido, al acabarse su periodo al frente del consulado tuvo que abandonar la isla y no se le premió a su regreso a Roma.
Al año siguiente (263 a.C.), Roma empezó a tomarse muy en serio el conflicto y envió a la isla un poderoso ejército de cuatro legiones dirigido por los cónsules Marco Valerio Messala y Marco Otacilio Craso. Ante esta situación, Hierón de Siracusa comprendió que no iba a poder hacer frente al poderío latino y decidió pedir la paz. Según los términos del tratado firmado, Hierón pasaría a formar parte ahora del bando romano, con todo lo que eso implicaba: apoyo logístico, alianza militar en todos los frentes y ayuda para garantizar los suministros necesarios para permanecer en la isla. Además, tuvo que pagar una generosa multa y devolver sin pago de rescate a todos los prisioneros de guerra romanos atrapados hasta entonces.
Batallas terrestres de la Primera Guerra Púnica: Agrigento
Es muy complicado realizar una narración detallada de las grandes batallas terrestres de la Primera Guerra Púnica, ya que las fuentes de conocimiento son muy escasas y parciales. Los asedios, los ataques por sorpresa y las traiciones se combinaban con numerosas incursiones de baja intensidad. Así, solo hubo cuatro grandes batallas en tierra durante los veintitrés años de la Primera Guerra Púnica, siendo la de Agrigento la primera de ellas.
Al mando de los cónsules Lucio Postumio Megelo y Quinto Mamilio Vítulo, un nuevo ejército romano se dirigió en el año 262 a.C. hacia Agrigento, una de las mayores ciudades de Sicilia. Después de unos primeros choques muy igualados, los líderes de la ciudad aprendieron a ser más prudentes, mientras que los romanos se dieron cuenta de que nunca había que subestimar a un enemigo.
Luego de cinco meses de asedio infructuoso, un poderoso ejército cartaginés capitaneado por Hannón desembarcó al norte de la ciudad con la misión de frenar a las legiones. Tras varios encarnizados encuentros a lo largo de los dos meses siguientes, los romanos lograron dispersar a los púnicos y hacerse con la codiciada ciudad. Aunque consiguieron evacuar a salvo a gran parte de sus tropas, la derrota fue notable para los cartagineses, puesto que Agrigento fue saqueada y sus habitantes fueron vendidos como esclavos.
La gran invasión africana de la Primera Guerra Púnica
Aunque permanece la lucha en Córcega, Cerdeña y Sicilia (260 – 259 a.C.), lo cierto es que, desde principios de la década de los 50, el conflicto entre Roma y Cartago languidece y pierde fuelle y convicción, puesto que ningún contrincante es capaz de conseguir un avance decisivo. De esta manera, la guerra entra en una fase de desgaste que solo genera altos costes económicos y humanos, además de desolación de territorios. Para superar esta relativa parálisis, Roma toma una nueva y arriesgada iniciativa para ganar la guerra: una invasión a gran escala de África.
En el año 256 a.C., los cónsules Lucio Manlio Vulso y Marco Atilio Régulo comandaron una flota de más de 300 naves con destino al continente africano. Cuando los cartagineses se dieron cuenta de que no podían evitar el desembarco romano, depositaron la defensa de la ciudad en las manos de tres capaces generales: Asdrúbal, hijo de Hannón, Bostar y Amílcar Barca.
La vida de Calígula en Capri
La infancia de Calígula
La muerte del emperador Tiberio
Macron, prefecto del pretorio
El Jesús histórico, la figura central del cristianismo
Tiberio y la ley de maiestas
Una vez allí, los romanos se dedicaron a saquear una región que, dado su gran potencial agrícola y su proximidad a la metrópolis enemiga, era de una gran importancia para el abastecimiento de Cartago. Requisaron un gran número de cabezas de ganado, incendiaron las granjas de los cartagineses más ricos, capturaron a más de veinte mil esclavos y liberaron a multitud de prisioneros de guerra romanos.
Durante esas operaciones, el Senado romano ordenó que un cónsul regresara a Italia con la flota y el otro permaneciera en África con el ejército. Por este motivo, Vulso regresó a Roma con el grueso de la flota y los prisioneros rescatados, dejando un escuadrón de cuarenta naves en apoyo de las fuerzas terrestres de Régulo.
Jántipo y el contraataque de Cartago
Tras vencer a los púnicos en la batalla de Adís, éstos se ven forzados a solicitar la negociación de la paz ante la inminente amenaza de ser asediados. En este punto podría haber finalizado la guerra si no hubiera sido por las exageradas condiciones de paz presentadas por Régulo, que no solo dinamitaron todo intento de tratado sino que dieron una nueva chispa de vida al conflicto. Así, Cartago reclutó un nuevo y poderoso ejército de mercenarios dirigido por el experimentado militar Jántipo. Antes de lanzarse contra sus enemigos, este líder espartano reorganizó las formaciones púnicas para hacer frente de forma más efectiva a las legiones romanas.
Las reformas emprendidas demostraron su éxito desde la victoria cartaginesa de la batalla de los Llanos del Bagradas (255 a.C.), en la actual Túnez. En esta crucial batalla, Jántipo utilizó cien elefantes para abrir grandes brechas entre las filas enemigas que, desmoralizadas, sufren una gran derrota y ven como es el propio cónsul Régulo quien es hecho prisionero por Cartago.
En esta serie de contraataques cartagineses, Jántipo logrará además cortar las comunicaciones entre los restos del ejército romano y sus bases de aprovisionamiento, por lo que todo control que pudiera tener Roma sobre la costa del norte de África queda perdido. En consecuencia, durante el resto del tiempo que duró la Primera Guerra Púnica, Roma no se volvió a plantear invadir África. Y, a pesar de ello, Jántipo se fue de Cartago y no se sabe donde acabó, aunque algunas fuentes indican que entró a trabajar en la corte egipcia de Ptolomeo III.
Las últimas batallas terrestres de la Primera Guerra Púnica
De vuelta al escenario siciliano, una combinación de un ejército y una flota romana tomó en el 254 a.C. la ciudad de Panormo, una de las mayores aliadas de Cartago. En los siguientes años, los romanos tomaron algunas ciudades importantes más, como Lipara y Termas (252 a.C.), y empezaron los asedios de importantes enclaves como Drepana o Lilibeo (250 – 247 a.C.). La causa de que el asedio durara tanto se explica en que el líder de la guarnición púnica de esta última ciudad, Himilcón, llevó a cabo una defensa muy activa, perforando túneles bajo las máquinas de asedio romanas para hundirlas y también tratando de quemarlas.
Más allá de estos enfrentamientos, si por algo destaca la última década de la Primera Guerra Púnica en Sicilia es por la entrada en acción de uno de los grandes personajes del conflicto, Amílcar Barca. En los tres años siguientes a su desembarco en Sicilia (247 a.C.), este general libró varias batallas con los romanos cerca de Panormo, pero sin alcanzar ninguna victoria decisiva.
De la misma manera, en el 244 a.C., Amílcar Barca navegó hacia Eryx, en el extremo occidental de Sicilia. Los romanos habían ocupado la ciudad el año anterior, instalando allí una guarnición y otra en la cima de la montaña. En un ataque sorpresa, Amílcar tomó la ciudad y aisló a las tropas de la montaña, con las que se enfrentaría en diversas escaramuzas a lo largo del tiempo. Aunque no consiguió ninguna victoria destacada en sus campañas en Sicilia, su mérito fue lograr lo que hizo con los pocos recursos con los que contaba. Finalmente, las operaciones militares terrestres de la isla se volvieron casi irrelevantes, y la guerra se decidió en el mar, un territorio que había tenido grandes batallas navales desde el principio de la guerra.
Bibliografía
BARCELÓ, P. (2019): Las guerras púnicas. Madrid: Editorial Síntesis.
CAMPBELL, B. (2013): Historia de Roma. Desde los orígenes hasta la caída del Imperio. Barcelona: Crítica.
GOLDSWORTHY, A. (2002): La caída de Cartago. Las Guerras Púnicas 265 – 146 a.C. Barcelona: Ariel Historia.
ROLDÁN HERVÁS, J.M. (2007): Historia de Roma I. La República Romana. Barcelona: Ediciones Cátedra.