Introducción
A la hora de abordar la biografía de Julio César, los autores siempre se suelen centrar en su faceta política y militar, muchas veces obviando (quizás por escasez de fuentes) que también era un gran conquistador de corazones. Más allá de sus múltiples relaciones extramatrimoniales, Julio César tuvo tres cónyuges a lo largo de su vida: Cornelia, Pompeya y Calpurnia. En este artículo vamos a tratar de hacer un breve resumen de lo poco que sabemos de la vida de las esposas de Julio César para adentrarnos así en la faceta más personal del carismático y habilidoso líder romano.
La vida de una esposa romana
En el mundo de la antigua Roma, una mujer solo aparece iluminada por el foco de la historia por las conexiones que tuviera con los varones de su entorno. Así, ningún autor de la Antigüedad prestó ni la más mínima atención nunca a una mujer a no ser que fuera familiar o amante de un hombre famoso. Se pensaba que la mujer tenía un intelecto mucho más débil e irracional que el de los hombres, por lo que debían permanecer siempre bajo tutela para que no arruinaran la prosperidad del Estado. Solo se esperaba de ellas que estuvieran al mando de sus casas mientras sus maridos seguían carreras políticas, legales o militares que en muchos casos podían alejarles de Roma durante años.
En este sentido, las cualidades imprescindibles que debía tener toda buena esposa romana eran la constantia, la fides y la pudicitia, es decir, la firmeza de carácter, la fidelidad y el pudor sexual. El éxito o fracaso de una mujer a la hora de conseguir, mantener y exhibir estas virtudes tenía consecuencias no solo para ella, sino para toda su familia, pues un hombre nunca desearía unirse o permanecer en matrimonio con una mujer que no reuniera estos atributos en el mayor grado posible.
Una mujer romana, sobre todo si era de la aristocracia, era utilizada desde su nacimiento como un medio para cerrar alianzas políticas. Eran sus padres los que decidían con quien les convenía mejor casarlas, la gran mayoría de veces cuando no tenían más de catorce o quince años. Si por el motivo que fuera el matrimonio se rompía, el divorcio era una vía sencilla de seguir, aunque perjudicaba la virtud de la mujer. Y en el caso de que murieran sus padres o sus maridos, era su deber preservar y honrar su memoria.
Las esposas de Julio César: Cornelia
La primera de las esposas de Julio César fue Cornelia, hija del cuatro veces cónsul Lucio Cornelio Cinna. Se casaron en el 84 a.C., cuando César tenía quince o dieciséis años y ella unos trece o catorce, y estuvieron juntos hasta el 69 a.C. Durante los quince años que duró el matrimonio (un tercio de los cuales no convivieron por los viajes de él), la joven pareja tuvo que vivir momentos duros. Cuando César no quiso ceder a las presiones de Lucio Cornelio Sila para que se divorciara, la dote de Cornelia fue confiscada y tuvieron que huir para no ser arrestados. En esa ocasión, solo la intervención de la familia de Aurelia, la madre de Julio César, les salvó de perder la vida.
En algún momento entre el 78 y el 75 a.C., Cornelia dio a luz a Julia, el único descendiente legítimo que tendría Julio César en toda su vida. Años después, en el año 59 a.C., Julia se casaría con Pompeyo Magno para reforzar los lazos de unión del Primer Triunvirato. Por lo demás, es probable que fuera una unión feliz, lo que no quita que César tuviera numerosas relaciones con mujeres de toda condición. Era comúnmente aceptado que los maridos de la aristocracia buscaran satisfacer su libido en los brazos de otras mujeres, muchas veces prostitutas. Aun así, esto no significaba que muchas parejas no estuvieran muy enamoradas y tuvieran una activa vida sexual.
En el 69 a.C., antes de abandonar Roma para servir como cuestor en Hispania, Cornelia murió durante el parto de su segundo hijo, que tampoco sobrevivió. No era extraño que las ancianas de familias nobles recibieran funerales públicos grandiosos, pero la decisión de hacer uno también para Cornelia llamó la atención porque era muy joven. Su gesto fue muy bien recibido por el pueblo, ya que muchos lo entendieron como el signo de genuino cariño de un hombre de buen corazón a su esposa. Sin embargo, es cierto que César aprovechó el acontecimiento para sacar rédito político, al recordar a la multitud lo honorable que era su propio linaje y los servicios prestados al Estado.
Las esposas de Julio César: Pompeya
La segunda de las esposas de Julio César fue Pompeya, nieta de Lucio Cornelio Sila. Este matrimonio fue mucho más corto e infeliz, pues se casaron en el 67 a.C. y estuvieron juntos, sin tener descendencia, hasta que César se divorció de ella en el 62 a.C. Durante estos años se dio un ejemplo paradigmático del carácter de la sociedad romana. En el 64 a.C. se hizo público su fogoso romance con Servilia, la hermanastra de uno de sus grandes rivales políticos, Catón el Joven. Pompeya no podía hacer nada porque lo que se esperaba de la mujer en estos casos es que hiciera la vista gorda ante las aventuras de su marido, pues no podía dañar su reputación. Por el contrario, César la repudiaría en el 62 a.C. cuando la sospecha de adulterio la salpicó.
El incidente que provocó este divorcio ocurrió durante las fiestas en honor de la Bona Dea en casa de Julio César. Esta era una celebración religiosa en la que se practicaban rituales secretos destinados exclusivamente para mujeres y presididos por las vírgenes vestales y la mujer del anfitrión. El cuestor electo Publio Clodio Pulcro se vistió de mujer y se coló en la casa de César para tener supuestamente una cita con su amante, Pompeya, pero fue descubierto por una esclava que alertó de su presencia.
El suceso se convirtió rápidamente en un escándalo mayúsculo, pues nunca antes esa festividad había sido contaminada. El Senado estableció una comisión especial para investigar el asunto y decidir qué acciones debían llevarse a cabo. Al final, Clodio fue arrestado y llevado a juicio, donde conseguiría la absolución por medio de intimidaciones y sobornos. Se dice que cuando preguntaron a César por qué se había divorciado de Pompeya si no había presentado cargos en el juicio contra Clodio, éste dijo que los suyos «debían verse libres no solo de culpa, sino incluso de sospecha«.
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Las esposas de Julio César: Calpurnia
La tercera de las esposas de Julio César fue Calpurnia. hija de Lucio Calpurnio Pisón. Se casaron en el 59 a.C. cuando él ya era un cuarentón y ella una adolescente, y solo les separó el asesinato del propio César en el 44 a.C. A pesar de sus quince años como marido y mujer, apenas llegaron a convivir, ya que Julio César pasó la mayor parte de su vida restante en campañas militares fuera de Roma, primero en la Guerra de las Galias y después en la Segunda Guerra Civil romana.
En aquellos años, César mantuvo al menos dos relaciones estables paralelas a su matrimonio: su romance con Servilia, que nunca se interrumpió, y su aventura con Cleopatra VII, iniciada después de que llegara a Egipto en el 48 a.C. Calpurnia siempre fue una mujer discreta y fiel a los valores sociales que no alzó la voz ni siquiera cuando su marido instaló a la reina egipcia en una villa al otro lado del río Tíber, ni tampoco cuando incluso tuvo un hijo varón con ésta, Cesarión.
La lealtad de Calpurnia llegó hasta aquel trascendental mes de marzo del 44 a.C. Las fuentes cuentan cómo Calpurnia tuvo numerosas pesadillas proféticas en la noche del 14 al 15 de marzo que la llevaron a suplicar a su marido que no fuera a la sesión del Senado que estaba convocada. Normalmente César no solía creer en esas supersticiones, pero fue tanta la insistencia de su esposa que decidió quedarse en casa. Sin embargo, como todos sabemos, al final acabó yendo y pasó lo que pasó. Después del asesinato, Calpurnia representó muy bien el papel que se esperaba de ella como viuda del hombre más poderoso de Roma: fue rigurosa en el luto, discreta en la administración del testamento político de César y jamás volvió a casarse. Tras eso, el foco de la historia se apartó y no sabemos qué fue de ella.
Bibliografía
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