Introducción
La Segunda Guerra Civil romana fue un conflicto que enfrentó a los partidarios de Julio César (los cesarianos) contra los favorables a Pompeyo Magno (los pompeyanos). Aunque el fin último de ambos bandos era obtener la supremacía política en el sistema institucional romano, lo cierto es que la guerra prendió la mecha que haría estallar por los aires la República. En los cuatro años que duró (enero del 49 – marzo del 45 a.C.), todo el Mediterráneo fue escenario de batallas tan importantes como las de Farsalia, Zela, Thapso y Munda. En este artículo vamos a hacer un breve resumen de las causas que provocaron esta guerra de Julio César contra Pompeyo Magno para así entender cómo estos viejos aliados se convirtieron en los mayores enemigos.
Antecedentes al conflicto de César contra Pompeyo
En Roma, la corrupción política había llegado a niveles estratosféricos en la segunda mitad de los años 50 a.C., afectando gravemente al funcionamiento de las instituciones. A comienzos del 52 a.C. no se disponía todavía de magistrados ordinarios para ese año, lo que sumía a la ciudad en un estado de constante inestabilidad. La situación se agravó notablemente cuando los partidarios del candidato consular Tito Annio Milón asesinaron al candidato al pretorado Publio Clodio Pulcro, el político que había protagonizado el escándalo de la Bona Dea con la segunda esposa de Julio César (62 a.C.). La exposición de su cuerpo en el Foro desató la violencia entre la multitud, cuya consecuencia más relevante fue el incendio y destrucción de la Curia, el edificio donde se reunía el Senado.
En este contexto de emergencia, el Senado declaró el senatus consultum ultimum para otorgar poderes extraordinarios a Pompeyo Magno, cuya misión era reclutar tropas con las que restablecer el orden en la ciudad. La solución finalmente pasó por nombrarle durante parte del año cónsul único (consul sine collega), lo que era tremendamente ilegal porque violaba el principio de la colegialidad de las magistraturas y porque no había pasado una década desde su último consulado (55 a.C.). Paradójicamente, los senadores, aquellos férreos defensores del sistema republicano, estaban rompiendo todas las normas del Estado para concentrar el poder en una sola persona, en un salvador. Así solo estaban proclamando su incapacidad e impotencia para resolver por sí mismos la crisis.
Al reprimir los potenciales elementos peligrosos que desestabilizaban las calles, Pompeyo se había colocado, intencionadamente o no, a la cabeza de los optimates. Ahora el Senado no podía gobernar sin o contra Pompeyo, y este no podía mantener su estatus sin o contra los senadores, así que dependían el uno del otro. Por su parte, los miembros de la élite que fueron castigados por la represión y las nuevas leyes vieron en César su único apoyo posible, por lo que se unieron a él en la Galia.
A pesar de esta creación de bandos, lo cierto es que la gran mayoría, incluyendo a César y Pompeyo, no deseaban verse envueltos en una guerra civil. Sin embargo, una serie de circunstancias conducirían a polarizar el contraste entre facciones, llegando en un momento incierto a la conclusión de que la guerra era inevitable.
Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino
El asesinato de Julio César
La dictadura de Julio César en Roma
La batalla de Munda
La batalla de Tapso
La batalla de Zela
El origen de la guerra de César contra Pompeyo
Entre las leyes aprobadas por Pompeyo Magno en el 52 a.C. destacaban dos: una acerca de los gobiernos provinciales y otra sobre el procedimiento de acceso a las magistraturas. Estas normas no atentaban expresamente contra César, pero sí abrían un camino para los que quisieran hacerlo. Teniendo en cuenta que la ruptura entre ambos no fue inmediata sino muy progresiva, quizás hay que buscar aquí el origen de su distanciamiento.
El conflicto de Julio César contra Pompeyo no enfrentó dos modos antagónicos de ver la política o la sociedad, sino que resolvía una cuestión de posición personal y reputación. César no quería ostentar el poder supremo de un rey, solo aspiraba a regresar a Roma, ocupar sin problemas una posición preeminente en el Estado y ser aceptado y reconocido por todos los senadores.
Más concretamente, el plan de Julio César era dejar su cargo como procónsul solo para ser inmediatamente elegido como cónsul para el año 48 a.C. Para lograrlo, debía alcanzar dos objetivos que sus rivales no le pondrían nada fácil: extender su periodo de gobierno en la Galia y ser elegido cónsul sin estar presente físicamente en Roma. Al principio, Pompeyo logró que las exigencias de César fueran aprobadas como contrapartida a que éste aceptara su nombramiento como cónsul único, pero luego las cosas se complicaron.
El camino a una nueva guerra civil romana
En abril del 51 a.C., el cónsul Marco Claudio Marcelo presentó en el Senado una propuesta para destituir a César lo antes posible y para licenciar al ejército que tenía estacionado en la Galia después de la victoria contra Vercingétorix. La proposición no salió adelante, pero fue el inicio de un constante ataque de los senadores más radicales contra César.
Pompey0 Magno se movía entre la espada y la pared, ya que, paradójicamente, tenía argumentos a favor y en contra de la concentración de poder en Julio César. Por un lado, quería integrarse en la más alta aristocracia, de marcado carácter optimate, pero tampoco quería romper con César porque le hacía falta para seguir en la cumbre. A fin de cuentas, los senadores optimates solo necesitaban un campeón que luchase por ellos contra su gran rival popular, de modo que ya no le necesitarían cuando éste desapareciera.
La guerra civil se acercó un paso más cuando Pompeyo declaró que, después del 1 de marzo del 50 a.C., César no debería negarse a terminar su poder proconsular y a licenciar a su ejército. En respuesta, el procónsul también jugó sus cartas. Llegada la fecha en la que el Senado debía debatir el asunto, César compró los apoyos del cónsul Lucio Emilio Lépido Paulo y, sobre todo, del tribuno de la plebe Cayo Escribonio Curión para obstruir cualquier medida que fuera contra sus intereses.
Los meses siguieron pasando en un panorama muy tenso de parálisis política. El 1 de diciembre del 50 a.C. se volvió a tratar el tema de los poderes de César, pero esta vez con resultados diferentes. Curión consiguió que una gran mayoría aprobara una propuesta para que tanto César como Pompeyo abandonaran sus gobiernos provinciales (Pompeyo gobernaba las provincias de Hispania desde Roma, a través de subordinados) y licenciaran a sus respectivos ejércitos. Esta votación era una muestra de que la inmensa mayoría de senadores querían acabar con la polarización política para evitar una guerra civil. No obstante, el ala más extremista del Senado, minoritaria pero muy activa, no estaba dispuesta a aceptar esa vía pacífica.
El estallido del conflicto de César contra Pompeyo
Sin ningún apoyo institucional o popular, el cónsul Cayo Claudio Marcelo (un radical enemigo de César, al igual que su hermano y predecesor en el cargo) realizó en la práctica todo un golpe de Estado: acompañado solo de los cónsules electos del 49 a.C., se presentó ante Pompeyo Magno para encargarle la salvaguardia de la República. Para ello, le otorgaron el mando sobre todas las tropas ubicadas en Italia y se le confirió poder absoluto para reclutar más. Y a pesar de que este hecho no contaba con legitimación de ningún tipo, la intransigencia de unos pocos y la pasividad de la mayoría hizo que la balanza se inclinara hacia el lado de la guerra.
El 10 de diciembre del 50 a.C., dos fieles cesarianos, Quinto Casio Longino y Marco Antonio, se estrenaron en el cargo de tribuno de la plebe. Cuando estos emprendieron una activa campaña contra Pompeyo en las asambleas populares, los optimates no se lo pensaron dos veces y ocuparon militarmente la ciudad con tropas pompeyanas. En la sesión del 1 de enero del 49 a.C., la mayoría de senadores se vio obligado a tomar partido por un bando ante la presión de los optimates. En consecuencia, se decretó que César debía licenciar su ejército si no quería ser declarado enemigo público del Estado.
Como era de esperar, los tribunos Marco Antonio y Casio Longino ejercieron su veto contra esta decisión y la tensión se disparó aun más. Finalmente, el 7 de enero del 49 a.C. el Senado decretó el senatus consultum ultimum para entregar a Pompeyo poderes absolutos e ilimitados para proteger al Estado. Simultáneamente, los dos tribunos tuvieron que huir de la ciudad y César fue destituido de su cargo y se le nombró un sucesor. Cabe destacar que, en las últimas semanas, César había formalizado diversas ofertas a los senadores para llegar a una solución pacífica del conflicto, pero todas habían sido rechazadas.
Pompeyo Magno
La revuelta de Espartaco
La Tercera Guerra Mitridática
La Lex Gabinia: Pompeyo y los piratas
Marco Tulio Cicerón
Marco Licinio Craso
César contra Pompeyo: la suerte está echada
En este momento, Julio César ya contaba con el pretexto legal para justificar su marcha sobre Italia. Cuando se dirigió a sus tropas, expresó que los derechos de los tribunos de la plebe habían sido vulnerados con violencia y que, por tanto, la libertad del pueblo de Roma y los cimientos de la República estaban gravemente amenazados. Su intención a partir de ese momento sería devolver al pueblo la libertad perdida frente a una oligarquía que había roto las instituciones tradicionales para defender sus privilegios personales.
Evidentemente, estas razones tan nobles enmascaraban unos motivos puramente personales. Si los pompeyanos no querían entregarle los honores y el prestigio social que le correspondían por la magnitud de sus servicios al Estado, sería él mismo quien los tomara. Una vez que se aseguró de que sus tropas estaban convencidas de la justicia de su causa, el 10 de enero del 49 a.C. atravesó con ellas el río Rubicón, la frontera meridional que separaba su provincia de Italia.
Respecto a las palabras que Julio César pronunció mientras cruzaba el puente del Rubicón hay varias versiones. Según el historiador Plutarco, el general habló en griego para pronunciar «aneristho kubos«, una línea de un poema de Menandro que significa «tirado está ya el dado». Sin embargo, la cita célebre latina más famosa —»Iacta alea est«, literalmente «los dados están echados»— corresponde al historiador Suetonio. Fuera como fuera, el conflicto de Julio César contra Pompeyo Magno, la Segunda Guerra Civil romana, había comenzado.
Bibliografía
GOLDSWORTHY, A. (2016): César. La biografía definitiva. Madrid: La esfera de los libros.
GÓNZALEZ ROMÁN, C. (1990): La República Tardía: cesarianos y pompeyanos. Madrid: Akal.
HOLLAND, T. (2005): Rubicón: auge y caída de la República Romana. Barcelona: Planeta.
OSGOOD, J. (2019): Roma. La creación del Estado mundo. Madrid: Desperta Ferro.
PINA POLO, F. (1999): La crisis de la República (133 – 44 a.C.). Madrid: Síntesis.
ROLDÁN HERVÁS, J.M. (2007): Historia de Roma I. La República Romana. Barcelona: Cátedra.