Primera parte de un artículo sobre la película «300» escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia. Puedes acceder a la segunda parte a través de este enlace.
“Viajero, ve y dile a Esparta que los que aquí reposan cayeron en defensa de sus leyes».
Crítica de la película «300»
Los aficionados al cómic, al menos los que no limitamos nuestros gustos al ubicuo y absorbente manga, disfrutamos en 1998 de una nueva delicia de Frank Miller, dibujante y guionista excepcional que ya nos había cautivado con su serie Sin City. En esta ocasión cambiaba el apropiado blanco y negro del género policíaco por el color, así como pasaba de aquella indeterminada época moderna a la antigüedad, para alumbrar una de las historias legendarias de la Grecia Clásica en 300. Una novela gráfica excepcional que, al igual que pasó con la otra, subyugó también al mundo del séptimo arte y fue adaptada por el director Zach Snyder, que se había convertido en una revelación con su primera película, El amanecer de los muertos.
Snyder repitió el estilo aplicado por Robert Rodríguez en la anterior adaptación de Miller, prácticamente clavada al cómic gracias a los avances de la tecnología, y también convirtió su obra en una versión en celuloide de 300. Hay alguna que otra diferencia -como esos absurdos monstruos que forman parte del ejército de Jerjes o un mayor protagonismo para la esposa de Leónidas-, pero en general se parece muchísimo. De eso se trataba.
A priori, habría que recomendar a quien no haya visto 300 que se lea alguna sinopsis de la batalla de las Termópilas, librada en el año 480 a.C. Pero eso sólo le dará una idea argumental y aquí hay muchos más porque 300 es, como todas las obras de Miller, un proyecto que va más allá de lo meramente histórico para entrar de lleno en lo estilístico. Esa alarde se plasma no sólo en la maestría de Miller con el lápiz -el premiado entintado no es suyo- sino también en los espléndidos diálogos y el tono épico. Y lo que vale para el cómic también lo hace para la película. El lobo al que se enfrenta Leonidas parece más bien un ser infernal; las olas que destrozan la avanzadilla persa son auténticos tsunamis…
Todo ello se conjuga para mostrar a unos espartanos heroicos, idealizados hasta la extenuación, de manera que el lector/espectador se identifica inevitablemente con lo que es tratado casi como un cuerpo militar moderno, garantía de la defensa del modo de vida; hasta se entrenan como los marines y tienen un físico espectacular. Tan sólo se añaden algunos pocos rasgos historicistas, como el cuidado del largo cabello rizado antes de la batalla o las narraciones que escuchan apiñados alrededor de la hoguera, por la noche, como la del anciano que reprocha a los griegos que todos conocen las leyes pero sólo los espartanos las practican.
Frente a ellos, un ejército colosal, aún más exagerado en la gran pantalla que en el cómic, y además impersonal, con la salvedad de su rey. Esparta se convierte así en la abnegada salvadora de la débil democracia griega (“afeminados”, llama Leónidas a los atenienses en una escena) que, irónicamente, no practica, frente a la barbarie extranjera invasora; y más paradojas aún: Jerjes había ascendido al trono por elección, no por herencia (aunque tuvo que mantenerlo superando cualquier escrúpulo) . No es de extrañar que muchos considerasen el film una metáfora del enfrentamiento entre EEUU e Irán; incluso otros autores, como el conocido Alan Moore (From Hell, La Liga de los hombres Extraordinarios), consideró xenófoba esa visión de Miller.
Ahora bien, uno tiene la impresión de que buena parte de los que proponían esta teoría ignoraban que griegos y persas se pasaron medio siglo intentando exterminarse mutuamente por hacerse con el dominio del mar Egeo y controlar las colonias griegas en Asia Menor. Ocurrió en las llamadas Guerras Médicas, que fueron tres y se desarrollaron entre los años 499 y 449 a.C., terminando en todos con la victoria helena. Y no sólo gracias a Esparta. En la primera guerra, la batalla clave fue la de Maratón y el protagonismo para los atenienses. La segunda empezó con la resistencia en las Termópilas de los espartanos durante tres días (ayudados por tespios, tebanos, focenses, arcadios, locrios, micénicos y opuntios que, junto con las tropas auxiliares, podrían sumar cerca de veinte o veinticinco mil hombres, si bien en la película quedan en segundo plano y sólo cuentan los trescientos espartanos), pero luego llegaron Salamina, Platea y Micala, donde se impuso una alianza de casi toda Grecia. Más tarde, Alejandro Magno zanjaría definitivamente la cuestión.
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Frank Miller -y, consecuentemente, el film- siguió más o menos el relato de Heródoto sobre la batalla pero tomándose numerosas licencias. No son errores históricos exactamente porque están hechos deliberadamente para favorecer el relato y su dimensión emocional, empezando por las constantes alusiones a Grecia como si se tratase de un país cuando en realidad era un territorio formado por ciudades-estado independientes que se agrupaban en alianzas unas contra otras y que terminaron enfrentándose a gran escala en las Guerras del Peloponeso, unas junto a Atenas, otras con Esparta, una vez que los persas dejaron de ser un peligro.
De nuevo fue Alejandro el que puso paz imponiéndose a todas a sangre y fuego, aunque venció pero no convenció. De hecho, el individualismo de las polis siguió porque los espartanos se negaron a reconocer su autoridad y, si bien carecían de fuerza para oponerse al macedonio, hicieron algo que demuestra cómo era de ambigua la línea que separaba a griegos de persas (y que desmiente en parte el mensaje pro-occidental de la película): no tuvieron complejos en acudir con su flota en ayuda de Jerjes; o sea, pactaron con el ancestral enemigo, tal cual habían hecho ya alguna vez durante la guerra contra Atenas. No eran tan impecables como muestra 300.
Primera parte de un artículo sobre la película «300» escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia. Puedes acceder a la segunda parte a través de este enlace.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.