Artículo sobre la película «Gladiator» escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Es curioso que el mismo cineasta que hizo una reconstrucción minuciosa y exquisita de la militaria y el ambiente napoléonico al adaptar el relato de Joseph Conrad Los duelistas cambiara completamente de tercio y aplicara a sus nuevas películas históricas una imagen completamente deformada y cercana, en ocasiones, a lo grotesco. Me refiero a su director, Ridley Scott, que pareció quemar sus naves con sus tres primeros filmes (aparte de Los duelistas, Alien y Blade runner) y, desde entonces, ha ido cuesta abajo en un progresivo in crescendo con esporádicas bocanadas de oxígeno que, no obstante, nunca alcanzaron el nivel de aquellos primeros años.
Esto es especialmente visible en sus obras de carácter histórico, siendo la última (Éxodus. Dioses y reyes) especialmente grave, rozando lo ridículo. 1492, la conquista del Paraíso fue descrita en su momento por algún crítico como lo peor de su autor, pero hoy se ve casi con interés si se compara con la citada o con dos tostones del calibre de El reino de los cielos y Robin Hood. Además habría que contar Black Hawk derribado, que en realidad es más de género bélico, y Gladiator.
No es que Gladiator sea mala película, puesto que tiene defectos, sí, pero también virtudes. Ocurre que las virtudes proceden sobre todo de la obra que reproduce como plagio descarado que es (una costumbre cada vez más extendida, ésa de hacer remakes inconfesos, como vemos recientemente en El renacido respecto a El hombre de una tierra salvaje o hace seis años con True grift respecto a Valor de ley).
En el caso de Gladiator la referencia, obvia y escandalosa, fue La caída del Imperio Romano, rodada en España por Anthony Mann en 1964. El filme se gestó de forma lenta y compleja, con una catarata de guiones que no acababan de convencer a los productores ni a los actores -especialmente Russell Crowe, que vetaba frases que, paradójicamente, luego le harían famoso- y cuya versión definitiva fue fruto de mil y un reescrituras, aunque la mayor parte fue mérito del primer guionista que participó, David Franzoni; el hecho de que no supiera mucho de la antigua Roma no importó porque se inspiró en varios libros sobre el tema y, a la postre, terminó ganando el Óscar en colaboración con John Logan y William Nicholson, que mejoraron los diálogos para Crowe.
El australiano hizo el papel de su vida como Máximo Décimo Meridio, un general hispano adoptado por el emperador Marco Aurelio que combatirá con el vástago legítimo, Cómodo, por el poder y por el amor de la hermana de éste, Lucilla. Si Crowe encarna a la perfección a su personaje en Gladiator, el césar que interpreta Richard Harris se queda a años luz de la versión de Alec Guinness en La caída del Imperio Romano porque éste parecía realmente una reencarnación del césar filósofo (Harris parece optar por mostrarlo más cercano a Diógenes, con un aspecto desaliñado).
La Lucilla de Connie Nielsen tampoco es la de Sofía Loren, claro, al igual que el Cómodo de Joaquin Phoenix carece de la maldad divertida de Christopher Plummer. Mejor parados sale la retahila de secundarios de lujo, antaño estrellas: Oliver Reed (que murió durante el rodaje) haciendo de maestro de gladiadores y Derek Jacobi (el inolvidable Claudio de la serie televisiva) como senador, David Hemmings, Giannina Facio…
Gladiator se rodó en escenarios naturales de Inglaterra, Italia, Francia, Malta y Marruecos, aunque con retoques digitales en numerosas escenas, mientras que para la banda sonora Scott recurrió a Hans Zimmer que, como era habitual en sus obras juntos, compuso una exitosa partitura con un estilo muy similar al del anterior colaborador del director, Vangelis y con un tema cuyas reverberaciones repitió luego hasta la saciedad en otras obras. Ésta pasa por ser la mejor.
La película cuenta los últimos momentos de la vida de Marco Aurelio en el limes germano (donde no vivía en un campamento improvisado con tiendas sino construido y fortificado, germen de la futura ciudad de Vindobona, es decir, Viena), su asesinato y su relevo por Cómodo, pese a que la intención del anciano emperador era “entregar el poder al pueblo”, reinstaurando la república.
Cómodo manda asesinar a la familia de Máximo y éste, fugitivo, acaba convertido en invencible gladiador, regresando a Roma para enfrentarse en la arena del Coliseo al mismísimo César, que ha sumido el imperio en un caos con su mal gobierno. De historia, sólo lo básico: Marco Aurelio no murió asesinado por su hijo sino de peste y además no necesitaba matarlo porque le había asociado al trono aún en vida; asimismo, la idea de que quisiera volver al régimen republicano resulta muy poco creíble. Cómodo era, en efecto, aficionado a combatir en la arena (y destacaba, además) pero tampoco falleció en ella; lo hizo en palacio, a manos de un sirviente, medio envenenado medio estrangulado.
Si la trama introduce esos importantes cambios en la historia, tampoco la reconstrucción es fiel a la realidad, pese a que se las arregla para parecerlo. Cosas del cine actual, que aparenta estar mejor documentado y, en realidad, no supera la historicidad, de por sí discutible, del cine de los años cincuenta y sesenta. La batalla inicial, por ejemplo, es emocionante y espectacular pero no tiene nada que ver con la forma de luchar de las legiones romanas: primero intervendrían los velites (infantería ligera) y cuerpos auxiliares; luego, tras una lluvia de pilae, avanzarían los legionarios sin romper la formación. La ballistas, catapultas y otras máquinas de guerra que se ven lanzando proyectiles ígneos se usaban sólo en asedios.
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Tampoco los espectáculos de gladiadores son muy fieles, entre otras cosas porque no hay apenas documentación al respecto y es poco lo que se sabe con certeza. Por supuesto que a Marco Aurelio no se le ocurrió prohibirlos so pena de motín popular, pues no hay que olvidar que el lema romano de gobierno era panem et circenses; por cierto, las carreras en el circo eran más frecuentes y populares que los costosos juegos del anfiteatro.
Scott admitió haberse inspirado en Espartaco y, efectivamente, el personaje de Djimon Hounsou es heredero del de Woody Strode. El director saca partido de los efectos digitales para recrear los combates, sean entre guerreros, sean con fieras, o incluso el Coliseo mismo con toldo y todo. También en la entrada triunfal del emperador en Roma, rodada siguiendo el modelo de El triunfo de la voluntad, el film propagandístico que Leni Riefenstahl hizo para los nazis en 1934.
Hay otros pequeños detalles que han sido muy comentados por los aficionados más críticos y se repiten en todos los foros: los consabidos estribos en los caballos (se inventaron en la Edad Media), Máximo atravesando herido Europa en un pis pas para llegar a su Emérita Augusta (Mérida) natal e intentar salvar a su familia (una elipse soluciona las semanas de viaje que requeriría), la alusión a las cosechas cuando la nieve revela que están en invierno, los errores en el uso del latín (el nombre debería cambiar el orden de palabras por Décimo Meridio Máximo, más bien; o el cartel que pone Ludus Maximus Gladiatores, que tendría que cambiarse por Ludus Maximus Gladiatorum), la imagen primitiva y estereotipada de los germanos, el largo reinado de Cómodo (doce años más los tres junto a su padre) frente al corto período del filme, la incongruente actitud de los pretorianos al dejar marchar a Máximo después de que mate al emperador, etc.
A este respecto y otros, cabe decir que los asesores históricos de «Gladiator» renegaron del resultado final y exigieron que sus nombres no aparecieran en los créditos. Pero otros consideran peores los aspectos puramente cinematográficos. La trama resulta ser bastante simplona, hueca incluso, planteada de forma básica para que el espectador se identifique con el protagonista y sus ideales (¡un general sin aspiraciones políticas en la antigua Roma! ¿Como llegaría a ese cargo entonces?), frente a un malo sin apenas matices (al menos Christopher Plummer resultaba un villano simpático) y con final sentimentaloide que, para algunos, es lo peor de la película.
Nada le importará a su equipo, teniendo en cuenta que Gladiator consiguió un éxito total y ganó los Óscar a la Mejor película y Mejor actor, entre otros muchos premios. Hollywood se apuntó un tanto porque revivió el peplum como género. Y Ridley Scott también, ya que revitalizó su carrera, tambaleante entonces tras las infumables Tormenta blanca y La teniente O’Neill. Lo malo es que le dio alas para otras cosas menos estimables que dejan cada vez más patente que es irrecuperable. En fin, como diría Máximo: “Fuerza y honor”.
Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.